El Don de Lenguas
Strépito Interpósito
"El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos orar como conviene; pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. El que sondea nuestros corazones sabe lo que dice el Espíritu, porque el Espíritu intercede por los santos según el deseo de Dios." (Rom 8, 26.27)
El don de lenguas "es un don de oración que nos capacita para orar a un nivel más profundo" (K. Macdonnell).
El don de lenguas "es un don de oración que nos capacita para orar a un nivel más profundo" (K. Macdonnell).
El
P. Sullivan, jesuita de la
Universidad Gregoriana de Roma, después de un minucioso estudio de este don,
concluye: "La oración en lenguas de la comunidad de Corinto, igual que la
de hoy, es un hablar y cantar de modo ininteligible, que no se produce por
un éxtasis religioso. Aquellos que la practican la consideran bienhechora
en cuanto forma de orar. Estamos, pues, fundamentados cuando afirmamos que este
fenómeno religioso, del que constatamos hoy día una reminiscencia, es el mismo
del que nos habla Pablo en 1Cor 12, 14. En virtud de esta conclusión, nos
hallamos ahora mejor capacitados para comprender por qué Pablo da gracias a
Dios por este don y por qué expresa su deseo de que todos pudieran recibirlo.
Hoy, en efecto, millares de cristianos pueden dar testimonio de los frutos que
esta extraña manera de orar y cantar produce en sus vidas. Para un gran número
de personas ha sido la llave que ha abierto la puerta de una nueva experiencia
de Dios".
"El
que habla en lenguas no habla a los hombres sino a Dios" (1Cor 14, 2).
Cantar en lenguas es un vehículo para hablar a Dios, un medio para que el
Espíritu ore en nosotros. El canto en lenguas expresa sentimientos y
pensamientos, pero en un sentido global como las lágrimas o la risa. El
Espíritu Santo se une a nuestro espíritu, no lo sustituye. Se sirve de todos
los recursos de nuestra naturaleza. No es que, de repente, seamos dotados de
una capacidad milagrosa. El don consiste en “dejarse” interior y exteriormente
con sencillez, para que pueda brotar este lenguaje de niño. El canto en lenguas
se convierte así en el lenguaje de la alabanza, de una alabanza integral, de
todo el ser, en la presencia de Dios.
El
dominico Vicente Rubio lo describe muy detalladamente al darnos su
testimonio:
"Hace ya mucho tiempo, cierta tarde participaba yo, más
como observador y crítico que como orante, en una asamblea de oración,
impropiamente llamada "carismática". Había más de trescientas
personas. De pronto me di cuenta de una cosa: nadie de los que estaban cerca de mí se expresaba en nuestro idioma castellano; ni siquiera
oraban en voz alta, según costumbre, alabando intensamente a Dios... ¡Cantaban!
Cantaban sin ser cantores y con palabras desconocidas. Fue una música sublime,
pura, espiritual. Sólo Dios se dejaba sentir en ella.
Todo semejó a un orfeón gigantesco que, sin
perder su elevación divina, comenzó suave, siguió creciendo, hasta alcanzar un
clímax rotundo; al llegar a ese punto, era como una nota o un acorde inmenso,
poderoso y fuerte. Cielos y tierra, la Iglesia y la creación entera cantaban al
Dios infinitamente santo. O como si Dios se cantara a sí mismo, humildemente,
en su inmensa gloria y nos dejara escuchar un rato aquí en este mundo la
hermosura de su canción eterna. Luego las voces fueron disminuyendo poco a poco
hasta que, como sí un invisible director de coro hubiese dado la señal de
terminar, la asamblea íntegra cesó de golpe en aquel maravilloso canto.
Me quedé perplejo. Porque los numerosos
integrantes de la reunión no eran cantantes profesionales ni aficionados. Tampoco
se trataba de ninguna canción conocida. Mucho menos de una entonación más o
menos identificable. Era una melodía nueva, espontánea. La armonía misma,
juzgada desde el punto de vista musical, resultaba rica, por no decir
riquísima. Recordaba de lejos las composiciones sagradas alemanas, más
armónicas que melódicas, llenas, intensas. No pregunté nada. Dirigí
discretamente mi vista a la asamblea entera. Vi como toda ella se hallaba
sumida en un recogimiento profundo. ¡Imposible poner a tanta gente de acuerdo
para canturrear tan bien! Además..., en su mayoría, aquellas personas ignoraban
la música. Tampoco había cancioneros ni partituras. Nada de estudio previo...
ni ensayos. Únicamente allí se percibía a Dios en su imponente grandeza y en
esa tremenda cercanía que Él tiene para con nosotros, rebosante de amor.
Cuando regresé a casa, abrí la Biblia para
ilustrarme sobre lo que acababa de percibir. Leí el texto del evangelio de San
Mateo 26,30, único sitio donde expresamente se dice que Jesús cantó:
"Después de cantar el himno, se fueron (Jesús y los apóstoles) al monte de
los olivos". ¿Sería el canto que yo había escuchado aquella tarde una
participación del canto que Jesús entonó en la tierra y sigue entonando en el
cielo para alabanza y gloria del Padre por el poder de Espíritu Santo?. Podía
ser, pero aquel pasaje bíblico de San Mateo no me ilustró demasiado acerca de
lo que tanto me inquietaba. Leí Hechos de los Apóstoles 16,25. Allí se relataba
que estando Pablo y Silas presos en la cárcel "a media noche, orando Pablo
y Silas, cantaban himnos a Dios". Quizás lo que Pablo y Silas cantaban a
Dios se pudiera parecer a lo que yo había oído en la asamblea aquella tarde,
pero el texto sagrado tampoco me aclaraba mayormente lo que anhelaba saber. ¿Qué
hacer? Tratar de esperar con paciencia, a ver si se presentaba una nueva
oportunidad.
Y pronto se presentó...
Esta vez estaban a mi lado personas conocidas. Su voz y su gusto para cantar no
rebasaban los límites de lo común y ordinario. De repente, cuando estábamos en
oración intensa, sin nadie dar un aviso o una orden, comenzó el canto con
palabras desconocidas. Todo el mundo participaba en él. A mi entender, resultó
mucho más fino que en la otra ocasión. Un juego de melodías y armonías tan extraordinarias
se cruzaban por aquí y por allá arrebatando el corazón y envolviéndolo en una
atmósfera densa de presencia de Dios, de calma del cielo y serena alegría de la
tierra.
Aquello era verdaderamente una sinfonía de
voces que sólo podría estar inspirada y conducida por el mismo Espíritu Santo.
Al acabar el canto, indagué. La persona que a mi izquierda se hallaba me dijo: "Sí,
esto ha sido un canto en lenguas".
Di gracias a Dios, porque de nuevo yo había sido testigo del paso del Señor por
aquel lugar. Por suerte, un amigo acababa de llegar al sitio de la asamblea buscándome, porque necesitaba comunicarme una noticia. Cuando salí a la puerta
del local, él se adelantó y me preguntó qué coro era aquél, y cómo
cantaba tan bien, quién los ensayaba, etc., etc. Se había quedado
impresionado igualmente por el orfeón improvisado e inesperado.
Aprovechando el paso por esta ciudad de
Santo Domingo de un notable biblista, graduado en la célebre Escuela Bíblica de
Jerusalén, quise consultarle sobre el fenómeno. Entonces me explicó que el
canto en lenguas era una modalidad de la glosolalia u oración en lenguas. La
única diferencia con orar en lenguas consistía, según él, que en el canto en
lenguas el Espíritu Santo no sólo ponía las palabras en boca de los fieles sino
también la música.
Cuando alguien sienta que el Espíritu
Santo le impulsa a glorificar a Dios Padre por Jesús, el Señor, con un canto en
lenguas, si es en una asamblea, hágalo cuando el momento sea oportuno para
ello; si está a solas, hágalo siempre con toda la unción que sea posible como
si estuviera cara a cara en la Presencia de Dios. Porque es un canto de Dios
para Dios. A su vez notará que su fe se acrecienta, su caridad se intensifica,
su esperanza de poseer a Dios vibra con fuerza, su humildad aumenta. Al mismo
tiempo, el gozo, la paz y el poder - sobre todo el poder- para hacer lo que por
nosotros mismos nunca seríamos capaces de hacer: se aguantan las burlas, se
olvidan las distancias, las durezas se suavizan y prodigamos el bien calladamente
y con sencillez.
En mi criterio, el canto en lenguas
tiene un inmenso poder. El poder del Divino Espíritu tal como puede ser
canalizado a través de una criatura humana. He ahí un canto nuevo para Dios.
¡El único nuevo!"
(Vicente
Rubio O. P. Relatado en la revista Alabanza)
Actualmente, millones de personas han recibido el don de lenguas. Es, quizá, el elemento más distintivo de la Renovación Carismática, corriente de gracia que se ha extendido por todo el mundo y ha alcanzado a cristianos de prácticamente todas las denominaciones.
Las lenguas han estado siempre presentes en la vida de la Iglesia desde el primer Pentecostés. Son un don que muchas personas prefieren no recibir. Parece extraño, innecesario. A los que oran en lenguas les preguntan muchas veces: "¿Qué es eso? ¿Cómo se puede explicar?' ¿De qué me serviría el orar en lenguas?"
Aunque le llamamos un "lenguaje" de oración, no es un idioma real, ordinario. Expertos lingüistas han analizado miles de cintas grabadas de personas orando en lenguas y no han encontrado una estructura lingüística en lo que estaban diciendo o cantando. Les falta la estructura de un idioma, aun cuando suena como un idioma. Hay excepciones en esto; lo que está diciendo una persona orando en lenguas puede ser reconocible como un idioma, diferente de cualquiera de los que conoce esa persona. Pero como ella no sabe lo que está diciendo, el efecto es el mismo: las lenguas son un don de oración.
En este sentido, compararíamos a las lenguas con la oración contemplativa, otra forma de oración no conceptual. Contemplación significa unión con Dios no conceptual, sin palabras. Es una unión a través del amor, una unión en la que adoramos, alabamos, amamos, o vamos a Dios sin palabras, ni pensamientos o ideas específicas.
Podemos contemplar silenciosamente mirando al Señor, sabiendo que Él nos mira a nosotros con amor y misericordia. Podemos decir el nombre de Jesús despacio en nuestros corazones, o podemos repetir algunas veces una frase como "Te amo, Jesús". Muchas personas contemplan silenciosamente en la misa, durante la elevación del cuerpo y sangre del Señor. También se quedan con el Señor después de la comunión, sin decir oraciones ni hacer peticiones, sino en un silencio interior profundo. Esto es contemplación silenciosa. Del mismo modo, el don de lenguas, aunque es ruidoso, puede considerarse contemplativo. Cuando hablamos o cantamos en lenguas, las sílabas con las que oramos no forman palabras que representan pensamientos o ideas como sucede en los idiomas humanos. No representan un concepto determinado; no tienen un contenido específico que podamos comprender. Conocemos a Dios más con nuestros corazones que con nuestras cabezas. Nuestro conocimiento trasciende pensamientos y palabras.
El canto en lenguas no es una sucesión de notas ensayadas o una melodía compuesta. Se trata de una irrupción espontánea que, dejando a la persona libertad para cantar o callarse, impulsa directamente a alabar al Señor. Cada persona canta con su voz, bonita o no, con su propio timbre y su estilo particular. Sin embargo, el conjunto muestra una impresionante acción del Espíritu, que va constituyendo una unidad en la variedad de voces y melodías. El efecto es una música más allá de lo medible o expresable y una paz interior suave y fuerte a la vez. Solamente si se ha experimentado se puede comprender esta realidad.
Las lenguas han estado siempre presentes en la vida de la Iglesia desde el primer Pentecostés. Son un don que muchas personas prefieren no recibir. Parece extraño, innecesario. A los que oran en lenguas les preguntan muchas veces: "¿Qué es eso? ¿Cómo se puede explicar?' ¿De qué me serviría el orar en lenguas?"
Aunque le llamamos un "lenguaje" de oración, no es un idioma real, ordinario. Expertos lingüistas han analizado miles de cintas grabadas de personas orando en lenguas y no han encontrado una estructura lingüística en lo que estaban diciendo o cantando. Les falta la estructura de un idioma, aun cuando suena como un idioma. Hay excepciones en esto; lo que está diciendo una persona orando en lenguas puede ser reconocible como un idioma, diferente de cualquiera de los que conoce esa persona. Pero como ella no sabe lo que está diciendo, el efecto es el mismo: las lenguas son un don de oración.
En este sentido, compararíamos a las lenguas con la oración contemplativa, otra forma de oración no conceptual. Contemplación significa unión con Dios no conceptual, sin palabras. Es una unión a través del amor, una unión en la que adoramos, alabamos, amamos, o vamos a Dios sin palabras, ni pensamientos o ideas específicas.
Podemos contemplar silenciosamente mirando al Señor, sabiendo que Él nos mira a nosotros con amor y misericordia. Podemos decir el nombre de Jesús despacio en nuestros corazones, o podemos repetir algunas veces una frase como "Te amo, Jesús". Muchas personas contemplan silenciosamente en la misa, durante la elevación del cuerpo y sangre del Señor. También se quedan con el Señor después de la comunión, sin decir oraciones ni hacer peticiones, sino en un silencio interior profundo. Esto es contemplación silenciosa. Del mismo modo, el don de lenguas, aunque es ruidoso, puede considerarse contemplativo. Cuando hablamos o cantamos en lenguas, las sílabas con las que oramos no forman palabras que representan pensamientos o ideas como sucede en los idiomas humanos. No representan un concepto determinado; no tienen un contenido específico que podamos comprender. Conocemos a Dios más con nuestros corazones que con nuestras cabezas. Nuestro conocimiento trasciende pensamientos y palabras.
El canto en lenguas no es una sucesión de notas ensayadas o una melodía compuesta. Se trata de una irrupción espontánea que, dejando a la persona libertad para cantar o callarse, impulsa directamente a alabar al Señor. Cada persona canta con su voz, bonita o no, con su propio timbre y su estilo particular. Sin embargo, el conjunto muestra una impresionante acción del Espíritu, que va constituyendo una unidad en la variedad de voces y melodías. El efecto es una música más allá de lo medible o expresable y una paz interior suave y fuerte a la vez. Solamente si se ha experimentado se puede comprender esta realidad.
El canto en lenguas es expresión de amor
y de adoración. Nace del profundo deseo de alabar al Padre y manifestarle con
especial amor el deseo que hay en nosotros de Él. Es el Espíritu quien nos
impulsa a una alabanza más plena, de manera que hasta el último rincón de
nuestro ser se pone en actividad. Procede de una capacidad propia de toda
persona: en todos hay semillas y nostalgias hondas del bien y de la felicidad.
En algún sentido, todos oramos en lenguas, ya que todos gemimos y
deseamos desde lo más profundo. Nos ha enseñado a hablar con Dios, a pedirle, a
contarle cosas, a hacer de él un interlocutor tratable... La oración en lenguas
pertenece más bien al orden de los gemidos, del llanto, del balbuceo infantil,
del clamor de un campo de fútbol. En estos casos no se usan palabras, pero algo
del alma se manifiesta con fuerza: hay una comunicación con un tú inexpresable,
inefable. No sabes cómo hablarle, pero te inunda con su presencia.
En este sentido, la oración en lenguas
respeta la inefabilidad de Dios, su transcendencia. Dice Chus Villarroel:
“Una de las genialidades de Santo Tomás de Aquino es haber colocado la esperanza
en la voluntad. No la colocó ni en la inteligencia ni en la memoria ni en la
imaginación sino en la voluntad, sede del deseo y del querer. Lo suyo es desear
el bien, la felicidad, todo lo que es amable y nos da alegría. La voluntad,
como potencia humana, es redimida y sanada en sus quereres por la esperanza
teologal que la conduce hacia Dios, hacia la vida eterna. La voluntad,
rescatada y ungida por la esperanza, quiere amar y desear sin retorno; desea
alimentarse de vida eterna. Ella es la que nos da ganas de Dios. La oración en
lenguas pertenece a la dimensión de la voluntad y de la esperanza; en ella no
funciona la lógica del conocimiento sino la del deseo. Cuando oramos en lenguas
no nos interesa conocer más sobre los atributos de Dios sino unirnos más a Él,
experimentarle como nuestro amor más hondo”.
El canto en lenguas pertenece al nivel
del don. Es una oración de descanso. El hecho de no componer frases
razonables ni pedir algo concreto, hace la oración muy descansada. Tu corazón
puede funcionar sin tu mente. Por eso, en momentos en que estés cansado y
agobiado, y no seas capaz de orar, piensa que la oración es el corazón. Tu
corazón es tu deseo, tu esperanza, tu anhelo más profundo... aunque no puedas
formularlo en frases hechas. El Espíritu Santo alienta tu corazón sin cansarte,
sin obligarte: lo tienes ahí dentro... ¡te basta un gemido en lenguas!
Generalmente, el canto en lenguas se hace
presente en determinados momentos más propicios, de mayor profundidad de
oración. Es frecuente que el canto en lenguas surja al celebrar la Eucaristía,
particularmente en la Consagración y después de la Comunión. En ambos casos es
expresión de adoración, de encuentro pleno con Jesús. Cuando termina el canto
en lenguas sentimos la necesidad de un silencio más o menos largo. En él
adoramos al Señor, su Santa presencia viva y vivificadora, y nos abrimos a sus
mensajes.
El Ministerio de Música deberá estar
atento a la inspiración del Espíritu para llevar a toda la asamblea a este
encuentro completo con el Señor. Si comienza de una forma suave la alabanza en
lenguas, el ministerio de música puede empezar a sostener el canto con un
acorde y -quizá- después con una serie de acordes que inviten a todos a
continuar, intensificar y armonizar la alabanza. Ordinariamente, el canto en lenguas
no tiene ritmo (es melodía sin compás); pero, en ocasiones, surge un canto en
lenguas rítmico, como si el Señor nos diese a todos una medida, la misma: la
medida de la unidad en el Amor.
Diego Jaramillo, en relación con esto, dice: "Los instrumentos
evocan, ayudan y expresan en un canto en lenguas. Por ello, mientras alguien toca
su instrumento también está orando, la música es su oración. Las cuerdas vocales y
las cuerdas de su guitarra pueden vibrar al unísono para el Señor. Esto se
hunde en la más genuina tradición cristiana."
La primitiva Iglesia cantaba en lenguas. San
Jerónimo llama al canto en lenguas "Jubilación". Lo
define como "aquello que ni en palabras, sílabas o letras pueda expresar o
comprender la forma como el hombre debería alabar a Dios".
San Juan Crisóstomo dice: "Se permite cantar salmos sin palabras,
siempre que la mente resuene en su interior. Porque no cantamos para los
hombres, sino para Dios, que puede escuchar aún a nuestros corazones y penetrar
en los secretos de nuestra alma".
Y es, sobre todo, San Agustín
quien escribe maravillosamente sobre el tema en sus "Narraciones sobre
los salmos":
·
"Sacrificamos víctima de regocijo,
sacrificamos víctima de alegría, víctima de congratulación, víctima de acción
de gracias, víctima que no puede expresarse con palabras. Sacrificamos, pero
¿en dónde? En su mismo tabernáculo, en la Santa Iglesia. ¿Qué sacrificamos? El
copiosísimo e inenarrable gozo, que no se expresa con palabras sino con voz
inefable” (Sal 26).
·
"He aquí que te da como el módulo
para cantar: no busques las palabras como si pudieras explicar de qué modo se
deleita a Dios. Canta con regocijo, pues cantar bien a Dios es cantar con
regocijo. ¿Qué significa cantar con regocijo? Entender por qué no puede
explicarse con palabras lo que se canta en el corazón. Así pues, los que
cantan, ya en la siega, o en la vendimia, o en algún trabajo activo o agitado,
cuando comienzan a alborozarse de alegría por las palabras de los cánticos,
estando ya como llenos de tanta alegría, no pudiendo ya explicarla con
palabras, se comen las sílabas de las palabras y se entregan al canto del
regocijo. El júbilo es cierto cántico o sonido con el cual se significa que da
a luz el corazón lo que no puede decir o expresar. ¿Y a quién conviene esta
alegría, sino al Dios inefable?. Es inefable aquel a quien no puedes dar a
conocer, y si no puedes darle a conocer y no debes callar ¿qué resta, sino que
te regocijes, para que se alegre el corazón sin palabras? ¿Qué significa
aclamación? Admiración de alegría que no puede explicarse con palabras. Cuando
los discípulos vieron subir a los Cielos a quien lloraron muerto, se
maravillaron de gozo; sin duda a este gozo le faltaban palabras, pero quedaba
el regocijo, que nadie podía explicar. No vayamos sólo en busca del sonido del
oído, sino de la iluminación del corazón" (Sal 46).
·
"Prorrumpid en gritos de alegría,
si es que no podéis hacerlo de palabra. Pues no se aclama sólo de palabra;
también aclama el sonido sólo de los gritos de los que se gozan, como si fuese
la voz de la cosa concebida, del corazón que concibe y pare la alegría que no
puede expresarse con palabras" (Sal 65).
·
"Cuando no podáis expresamos con
palabras, no ceséis de regocijaros. Cuando podáis hablar, clamad; cuando no
podáis, alegraos. Aquel a quien no le son suficientes las palabras, suele por
la exuberancia del gozo prorrumpir en gritos de alegría" (Sal 80).
·
"¿Son suficientes las palabras para
nuestra alegría? ¿Será la lengua capaz de explicar nuestro gozo? Si pues las
palabras no bastan, ¡bienaventurado el pueblo que sabe alborozarse! ¡Oh pueblo
feliz! ¿Crees que entiendes el regocijo? Que sepas por qué te alegras de aquello
que no puede expresarse con palabras. El motivo no debe dimanar de ti, para que
quien se gloríe, se gloríe en el Señor. No te alboroces en tu soberbia, sino en
la gracia de Dios. Comprende que es tanta la gracia, que la lengua no es capaz
de explicarla, y habrás entendido qué es alborozo o regocijo" (Sal 88).
·
"¿Qué significa
"jubilare"?. Dar gritos de alegría o regocijarse. El júbilo que no
puede explicarse con palabras y que, sin embargo, se testimonia con el grito de
la voz, se denomina regocijo. Pensad en aquellos que se regocijan, en cualquier
clase de canto y como en cierta lid de alegría mundana, y veréis de qué modo,
entre los cánticos modulados con la voz, se regocijan rebosantes de alegría
cuando no pueden declararlo todo con la lengua, a fin de que por aquellos
gritos inarticulados dé a conocer la afección del alma, lo que se concibió en
el corazón y no es capaz de expresarlo con palabras. Luego, si estos se
regocijan por el gozo terreno ¿nosotros no debemos dar gritos de alegría,
regocijarnos por el gozo celestial, que ciertamente no podemos expresar mediante
palabras?" (Sal 94).
·
"Ya sabéis qué es regocijarse.
Gozaos y hablad. Si al gozaros no podéis hablar, regocijaos. Vuestro gozo dé a
conocer el regocijo si no puede la palabra. Que no quede mudo vuestro gozo. Que
no calle el corazón a su Dios; que no calle sus dones. Si hablas para ti, para
ti te sanas; pero si te sanó su diestra para Él, habla para quien fuiste
sanado" (Sal 97).
Grandes
santos/as -en la historia de la Iglesia- han orado y cantado en lenguas:
- Se dice de San Francisco de Asís que “muchas veces, cuando oraba, hacía un arrullo semejante, en la forma y el sonido, al de la paloma, repitiendo: uh, uh, uh... y con cara alegre y corazón gozoso se estaba así en la contemplación".
- Y de Santo Domingo de Guzmán: "En cierta ocasión recordaban haberlo oído hablar en lenguas, cuando lo oyeron rezar en voz alta y todos vieron en qué forma oraba... aunque, curiosamente, nadie pudo recordar qué fue lo que rezaba".
- En el diario espiritual de San Ignacio de Loyola, en los escritos del mes de mayo de 1544, aparece con frecuencia la palabra "locuela", que el santo califica de admirable, dada por Dios, y que le producía consuelo y armonía interior; "son palabras misteriosas que suenan a música del Cielo. Duda uno de, si estas armonías, no son el objeto mismo de las gracias".
- Santa Teresa de Jesús se expresa así en "Las Moradas" : "Entre estas cosas penosas y sabrosas juntamente, da Nuestro Señor al alma algunas veces unos júbilos y oración extraña que no sabe entender qué es. Porque si os hiciere esta merced, le alabáis mucho y sepas que es cosa que pasa, la pongo aquí. Es a mi parecer, una unión grande de las potencias, que las da Nuestro Señor con Libertad para que gocen de este gozo, y a los sentidos lo mismo, sin entender qué es lo que gozan y cómo lo gozan. Parece esto algarabía, y cierto pasa así, que es un gozo tan excesivo del alma, que no querría gozarse a solas, sino decirlo a todos, para que le ayudasen a alabar a Nuestro Señor, que aquí va todo su movimiento. Oh, qué fiestas haría y qué de muestras, si pudiese, para que todos entendiesen su gozo. Parece que se ha hallado a sí, y que, como el padre del hijo pródigo, querría convidar a todos y hacer grandes fiestas, por ver su alma en puesto que no puede dudar que está en seguridad, al menos por entonces. Y tengo para mí, que es con razón porque tanto gozo interior de lo muy íntimo del alma, y con tanta paz, que todo su contento provoca alabanzas de Dios que no es posible darle al Demonio".
Hoy, al comienzo del tercer milenio,
Dios nos está invitando a aceptar en el don de lenguas su iniciativa. La
novedad de que Él mismo nos dé un lenguaje para la oración, en un tiempo en el
que las palabras -aún para expresar la Fe- parecen haber perdido autenticidad y
son -en muchas ocasiones- rutinarias, vacías o equivocas. Un lenguaje nuevo,
mediante el cual Él puede ser intensamente alabado por sus hijos de una manera
más pura.
Orar y cantar en lenguas es renovar
aquella experiencia de Jeremías: ¡Señor, sabes que no se hablar"' (Jer 1,
6). O la experiencia del tartamudo de Moisés (Ex. 4, 10) Es un modo de cumplir
la Palabra de Jesús: "si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino
de los Cielos" (Mt 18, 3). Como cualquier otro don del Espíritu, debe ser
discernido en su autenticidad y conveniencia. El criterio de discernimiento es
"por los frutos se conoce la calidad del árbol".
"Orar en lenguas es sinónimo de
orar en el lenguaje de los ángeles" (Jonas Abib). En la
Efusión del Espíritu Santo recibimos también la gracia de orar en un lenguaje
nuevo. Es el propio Espíritu Santo orando en nosotros. Es más: Él ora y canta
en el lenguaje de los ángeles. Los ángeles oran y cantan con nosotros,
refuerzan nuestra oración, combaten a nuestro favor. Ellos tienen una visión
del mundo espiritual que nosotros no tenemos. Necesitamos orar y cantar en ese
lenguaje para que los ángeles vengan y se pongan a combatir a nuestro favor.
Créelo: la victoria sobre esas situaciones vienen con la batalla que los
ángeles combaten junto a nosotros.
El
canto en lenguas no es una tontería para Dios, aunque así se lo parezca a
muchos hombres. Es un arma de guerra contra Satanás y contra nuestro propio
orgullo. Es un grito de victoria: Cristo ha triunfado y nuestra fe hace real
este triunfo en cada circunstancia particular. Es una oración de Paz: la Paz
del Señor ya está establecida, y en el canto en lenguas la hacemos actuar
frente a todo lo que no es paz. Cantar en lenguas es un acto de Fe;
es clamar al Padre poderosamente, desde el Espíritu Santo, para
proclamar y establecer -en cada situación- el Señorío de Jesucristo.
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