Comunidad Católica de Alianza integrada por familias en el seno de la Renovación Carismática
El matrimonio es una promesa, es una vocación, es hacer una alianza para siempre. No se trata de intercambiar esto o lo otro, sino de compartirlo todo, incluyendo los tiempos difíciles. Por esto, el matrimonio y la vida de la familia no son ideales pequeños, sino realidades enormes ante las que muchos hombres y mujeres huyen espantados.
Es en la familia donde uno puede ser lo que es, pero también puede acabar siendo mejor de lo que se es. En nuestra vida de matrimonio, poco a poco hemos ido descubriendo las consecuencias de aquel primer “sí” de nuestra boda. El día que nos casamos no sabíamos las consecuencias de aquel “sí”, el decir “te quiero a ti, y te quiero para siempre”. Luego, los acontecimientos de la vida nos han mostrado lo que significaba…
- Nos creó hombres y mujeres. Complementarios unos de los otros, hechos uno para el otro. Iguales en dignidad, pero diferentes en nuestras psicologías.
- Creados a imagen y semejanza de Dios. Cada uno de nosotros estamos llamados a acercarnos más y más a esa imagen de Dios, a ser hombres y mujeres íntegros, cada vez más humanos, más sensatos. En mi vida de relación con Dios, ¿me he ido acercando a ser más imagen de Dios, a ser más santo/a?
- Si mi vida es cada vez más santa, entonces seré para el otro esa “ayuda”, ese “complemento”, que es para lo que el Señor me ha puesto. Si, por el contrario, me alejo de Dios, seré lastre y peso para mi marido o mi mujer. Si mi vida es mediocre, seré esposo/a mediocre, padre/a mediocre. Si mi vida es egoísta, seré esposo/a egoísta, padre/madre egoísta.
Llamados por Jesús el Señor a vivir en el Espíritu, siendo testigos de que Él vive y actúa aquí y ahora, nuestro propósito es que cada familia sea fortalecida en su vida de fe, apoyada en su proceso de construcción humana e impulsada a ser sal y luz en medio del mundo.