Formación ~2~
¡Es hora de resucitar a la familia! El mundo la da por muerta; pero Dios ha puesto en ella todo el poder de su Espíritu Santo para unir y perdonar, para restaurar y curar, para amar... Estas enseñanzas han sido transmitidas en Encuentros de Familias a lo largo y ancho de nuestro país. Son sencillas e inspiradoras.
¡Porque es tiempo de Dios para la familia! El futuro de la Iglesia y de la humanidad depende de la Familia. ¡De mi familia! "¡A la obra, que Yo estoy con vosotros y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu! ¡No tengáis miedo!" (Ag 1, 5). Él hará en nosotros lo imposible por el poder de su Espíritu. ¡Sabemos de quién nos hemos fiado! ¡Ánimo y a la tarea!
¡Porque es tiempo de Dios para la familia! El futuro de la Iglesia y de la humanidad depende de la Familia. ¡De mi familia! "¡A la obra, que Yo estoy con vosotros y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu! ¡No tengáis miedo!" (Ag 1, 5). Él hará en nosotros lo imposible por el poder de su Espíritu. ¡Sabemos de quién nos hemos fiado! ¡Ánimo y a la tarea!
¿Qué hace JESÚS cuando ENTRA en una FAMILIA?
La familia es el primer lugar de misión. Es el lugar en el que uno siente la tentación de huir. Como el hijo menor de la parábola... y el mayor. Ambos huían.
Jesús se encuentra con Zaqueo; se detiene, lo mira y le dice: Hoy quiero hospedarme en tu casa (Lc 19, 5). Este es hoy un mensaje para nosotros que, como Zaqueo, somos buscadores de la verdad. Jesús quiere tener un sitio en tu casa. La fe exige todos los esfuerzos que normalmente hacemos: colegio religioso para nuestros hijos, catequesis, participación en el movimiento, vida sacramental, compromiso en la parroquia. Pero no es suficiente...
"Quiero que me invites a tu casa". No quiere que le dejes en el templo, encerrado en el Sagrario, y te vayas a tu casa. Desde su Encarnación, busca morada en medio de nosotros. Dios ha querido elevar a la familia a la categoría de Iglesia doméstica.
¿Qué lugar ocupa Jesús en nuestra casa? Quizá empieza teniendo un lugar preferente; pero, poco a poco, lo vamos arrinconando. Vamos manejando nosotros el timón, las riendas de la casa... Y acaban las preocupaciones de la vida y el ajetreo del día a día ocupando el centro. Así se va perdiendo la fiesta, la generosidad, la alegría, la vida, la esperanza... Y nos convertimos en una familia cristiana acomodada, aburguesada, instalada en el confort.
ORDENA los AMORES
Desde el principio, Dios tiene un proyecto: Dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne(Gén 2, 24). Estas son nuestras señas de identidad. Ocurre que, a veces, vamos construyendo nosotros nuestra vida, dejando de lado a Dios y, entonces, hay un desorden en el amor. La esposa se une a los hijos y deja en un segundo lugar al padre. El esposo se siente muy unido a la madre y relega de su puesto a la esposa... También pasa que los esposos tienen que aprender a amarse y, durante un tiempo, se relacionan como rivales, luchan entre ellos. Aparecen los reproches, las heridas, las incomprensiones. La frase ¡Eso es tu problema! es como un piloto que se enciende y nos avisa de que estamos distanciándonos.
Con Jesús en medio, se hace la luz. El corazón de la familia son los esposos. La esponsalidad es la luz que necesita hoy el mundo. El y ella, en todo, para siempre y abiertos a la vida. Existe en nuestro tiempo una fragmentación que deshace esta unidad por la cual yo dejé a mis padres y Javier a los suyos para formar un nosotros. Es cierto que esta unidad de dos en una sola carne supera las fuerzas humanas. ¡Es Jesús quien viene a hacerla posible! Jesús purifica nuestros amores y los hace brillar, hace luminoso el amor esponsal y lo convierte en interrogante para el mundo. ¿Cómo es posible? ¿No es este el hijo del carpintero? Se realiza, entonces, el milagro de la familia.
Hay una relación directa entre amor conyugal y educación de los hijos. A más amor conyugal, mejor educamos a nuestros hijos. Los esposos son la fuente de la vida; los que, desde su comunión, construyen con la ayuda de Dios.
DERRIBA los ÍDOLOS
El hombre y la mujer somos expertos en construirnos ídolos que no pueden salvar. La idolatría es apoyarse en lo que no puede salvar: el dinero, el trabajo, los hijos, la familia de origen, la autorrealización, el bienestar, la salud. Aquello ante lo que cualquiera pronunciaría la frase: Eso ni se toca. Les podemos llamar también manías, apegos o amantes.
Jesús, al entrar en nuestra casa, pone luz y va derribando ídolos. Nos va desnudando y haciendo vulnerables. Entonces estamos más preparados para amarnos, para hacer verdadero nuestro Amor conyugal y nuestro amor materno y paterno.
ABRE HORIZONTES
Cuántas veces vemos padres o madres encerrados en el agobio del día a día. Parece que solo viven para solucionar problemas. Su vida se reduce a una funcionalidad. Tú recoges a los niños, yo hago la compra; hay que llevar el coche al taller, etc. Son eficientes, resuelven cosas, funcionan. Un día escuchamos que los vecinos de abajo se separan... y nos pilla de sorpresa porque parecía que funcionaban bien.
No es suficiente la funcionalidad. Eso está bien para una lavadora, pero no para un matrimonio. No somos máquinas, nuestra vida se vuelve así gris, triste, apagada. Nuestro corazón aspira a algo más. Deseamos un amor de calidad, el buen vino de las bodas de Caná que era mejor que el primero.
En vez de funcionalidad, Jesús nos propone comunión de personas. En vez de mera convivencia, que nos lleva a ir tirando, Jesús nos propone sacramento. En vez de verlo todo como problemas a solucionar, nos propone mirar al otro como un misterio: el misterio de Dios que no podemos alcanzar a entender: no podré entender por qué me enamoré de ti. ¡Dios quiere construir Su historia de Amor en nuestras vidas!
Abrirnos a un horizonte más allá de las circunstancias concretas que estemos viviendo. Abrirnos a Dios. Un Dios con nosotros que nos visita, que entra hasta el lugar donde nos encontramos: El ángel entró hasta donde estaba María (Lc 1, 28). Y nos trae buenas noticias: ¡Alégrate, no temas, tendrás vida!
"Empieza por tu familia” (Sta. Teresa de Calcuta)
Jesús se encuentra con Zaqueo; se detiene, lo mira y le dice: Hoy quiero hospedarme en tu casa (Lc 19, 5). Este es hoy un mensaje para nosotros que, como Zaqueo, somos buscadores de la verdad. Jesús quiere tener un sitio en tu casa. La fe exige todos los esfuerzos que normalmente hacemos: colegio religioso para nuestros hijos, catequesis, participación en el movimiento, vida sacramental, compromiso en la parroquia. Pero no es suficiente...
"Quiero que me invites a tu casa". No quiere que le dejes en el templo, encerrado en el Sagrario, y te vayas a tu casa. Desde su Encarnación, busca morada en medio de nosotros. Dios ha querido elevar a la familia a la categoría de Iglesia doméstica.
¿Qué lugar ocupa Jesús en nuestra casa? Quizá empieza teniendo un lugar preferente; pero, poco a poco, lo vamos arrinconando. Vamos manejando nosotros el timón, las riendas de la casa... Y acaban las preocupaciones de la vida y el ajetreo del día a día ocupando el centro. Así se va perdiendo la fiesta, la generosidad, la alegría, la vida, la esperanza... Y nos convertimos en una familia cristiana acomodada, aburguesada, instalada en el confort.
¿Qué hace Jesús cuando entra en una CASA?
ORDENA los AMORES
Desde el principio, Dios tiene un proyecto: Dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne(Gén 2, 24). Estas son nuestras señas de identidad. Ocurre que, a veces, vamos construyendo nosotros nuestra vida, dejando de lado a Dios y, entonces, hay un desorden en el amor. La esposa se une a los hijos y deja en un segundo lugar al padre. El esposo se siente muy unido a la madre y relega de su puesto a la esposa... También pasa que los esposos tienen que aprender a amarse y, durante un tiempo, se relacionan como rivales, luchan entre ellos. Aparecen los reproches, las heridas, las incomprensiones. La frase ¡Eso es tu problema! es como un piloto que se enciende y nos avisa de que estamos distanciándonos.
Con Jesús en medio, se hace la luz. El corazón de la familia son los esposos. La esponsalidad es la luz que necesita hoy el mundo. El y ella, en todo, para siempre y abiertos a la vida. Existe en nuestro tiempo una fragmentación que deshace esta unidad por la cual yo dejé a mis padres y Javier a los suyos para formar un nosotros. Es cierto que esta unidad de dos en una sola carne supera las fuerzas humanas. ¡Es Jesús quien viene a hacerla posible! Jesús purifica nuestros amores y los hace brillar, hace luminoso el amor esponsal y lo convierte en interrogante para el mundo. ¿Cómo es posible? ¿No es este el hijo del carpintero? Se realiza, entonces, el milagro de la familia.
Hay una relación directa entre amor conyugal y educación de los hijos. A más amor conyugal, mejor educamos a nuestros hijos. Los esposos son la fuente de la vida; los que, desde su comunión, construyen con la ayuda de Dios.
DERRIBA los ÍDOLOS
El hombre y la mujer somos expertos en construirnos ídolos que no pueden salvar. La idolatría es apoyarse en lo que no puede salvar: el dinero, el trabajo, los hijos, la familia de origen, la autorrealización, el bienestar, la salud. Aquello ante lo que cualquiera pronunciaría la frase: Eso ni se toca. Les podemos llamar también manías, apegos o amantes.
Jesús, al entrar en nuestra casa, pone luz y va derribando ídolos. Nos va desnudando y haciendo vulnerables. Entonces estamos más preparados para amarnos, para hacer verdadero nuestro Amor conyugal y nuestro amor materno y paterno.
ABRE HORIZONTES
Cuántas veces vemos padres o madres encerrados en el agobio del día a día. Parece que solo viven para solucionar problemas. Su vida se reduce a una funcionalidad. Tú recoges a los niños, yo hago la compra; hay que llevar el coche al taller, etc. Son eficientes, resuelven cosas, funcionan. Un día escuchamos que los vecinos de abajo se separan... y nos pilla de sorpresa porque parecía que funcionaban bien.
No es suficiente la funcionalidad. Eso está bien para una lavadora, pero no para un matrimonio. No somos máquinas, nuestra vida se vuelve así gris, triste, apagada. Nuestro corazón aspira a algo más. Deseamos un amor de calidad, el buen vino de las bodas de Caná que era mejor que el primero.
En vez de funcionalidad, Jesús nos propone comunión de personas. En vez de mera convivencia, que nos lleva a ir tirando, Jesús nos propone sacramento. En vez de verlo todo como problemas a solucionar, nos propone mirar al otro como un misterio: el misterio de Dios que no podemos alcanzar a entender: no podré entender por qué me enamoré de ti. ¡Dios quiere construir Su historia de Amor en nuestras vidas!
Abrirnos a un horizonte más allá de las circunstancias concretas que estemos viviendo. Abrirnos a Dios. Un Dios con nosotros que nos visita, que entra hasta el lugar donde nos encontramos: El ángel entró hasta donde estaba María (Lc 1, 28). Y nos trae buenas noticias: ¡Alégrate, no temas, tendrás vida!
Javier y Montse, Comunidade Caná
Encuentro Diocesano de Familias - Vitoria –11/II/2017
- ¡EMPIEZA por TU familia!
- ¿Qué hace JESÚS cuando ENTRA en una FAMILIA?
- La FAMILIA educa sobre 3 PILARES
- Nuestros HIJOS e HIJAS
- La TRANSMISIÓN de la FE en FAMILIA
- TU familia, un LUGAR para CRECER
- CASA y... Éxodo
- Llamados a ser FECUNDOS
- La FAMILIA, LUZ para el MUNDO
- Vivir la ALEGRÍA del AMOR en la FAMILIA