Formación ~6~
¡Es hora de resucitar a la familia! El mundo la da por muerta; pero Dios ha puesto en ella todo el poder de su Espíritu Santo para unir y perdonar, para restaurar y curar, para amar... Estas enseñanzas han sido transmitidas en Encuentros de Familias a lo largo y ancho de nuestro país. Son sencillas e inspiradoras.
¡Porque es tiempo de Dios para la familia! El futuro de la Iglesia y de la humanidad depende de la Familia. ¡De mi familia! "¡A la obra, que Yo estoy con vosotros y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu! ¡No tengáis miedo!" (Ag 1, 5). Él hará en nosotros lo imposible por el poder de su Espíritu. ¡Sabemos de quién nos hemos fiado! ¡Ánimo y a la tarea!
¡Porque es tiempo de Dios para la familia! El futuro de la Iglesia y de la humanidad depende de la Familia. ¡De mi familia! "¡A la obra, que Yo estoy con vosotros y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu! ¡No tengáis miedo!" (Ag 1, 5). Él hará en nosotros lo imposible por el poder de su Espíritu. ¡Sabemos de quién nos hemos fiado! ¡Ánimo y a la tarea!
TU familia, un LUGAR para CRECER
La 1ª Carta de Pedro es una Carta Pascual. Escrita hace casi dos mil años, habla al corazón de los cristianos de hoy, a los cristianos de todos los continentes y culturas. ¡Éste es el milagro de la Palabra de Dios!
Esta carta llegó a mi vida de una manera nueva en abril del año 94. Aquel año, la Pascua de Resurrección fue el 3 de abril. Y los días 23 y 24 de aquel mes tuvimos en Galicia un Encuentro de Matrimonios. Al Encuentro no asistieron nuestros tres hijos: Martiño -que entonces tenía 10 años-, Lucía -que tenía 9- y Olalla -que tenía 2 años-. Quedaron en casa, al cuidado de unos hermanos de la Comunidad, pues el Encuentro estaba pensado sólo para matrimonios. Era la primera vez que Olalla se quedaba sin sus padres y nos contaron al volver que les dio mucha guerra para dormir.
El lunes 25 de abril por la tarde, notamos que Olalla tenía algo de fiebre. Además, llevaba algún tiempo que cuando se caía le salían unos moratones bastante grandes. La llevamos al pediatra. Después de examinarla detenidamente, empezó a hacernos preguntas sobre sus hematomas y sobre unas manchas pequeñas que nosotros ni habíamos notado. Aprendimos el nombre de aquellas manchitas: petequias. Al cabo de media hora, nos dijo que su recomendación era llevarla al hospital inmediatamente. Él creía que la ingresarían. Y así fue. Aquella noche yo volví a casa sola y Javier quedó en el hospital con Olalla. Había dos posibilidades: podía ser una meningitis que había que tratar urgentemente o bien una púrpura trombocitopénica idiopática; otra palabreja que fue repetida después muchas veces por los médicos durante los quince días que Olalla estuvo ingresada y que significaba, en cristiano, una falta de plaquetas muy grave (tenía sólo 5000 plaquetas); y la palabra idiopática quería decir causa desconocida.
Aquella noche en que volví a casa sola, después de atender a Martiño y Lucía, y avisar a algunos hermanos de la Comunidad, me senté en el sofá y abrí el Libro de las Horas. Entonces descubrí que aquella Carta de Pedro era para mí, para mi situación, para aquel 25 de abril. Era para mí, seguidora de Jesús de Nazaret. Dios me escribía una carta en aquel momento porque yo lo necesitaba:
"Bendito sea Dios padre de nuestro Señor Jesucrito que, por su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, para una herencia incorruptible... Una herencia reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios guarda mediante la fe para una salvación que ha de manifestarse en el momento final. Por ello vivís alegres, aunque un poco afligidos ahora, es cierto, a causa de tantas pruebas" (1Pe, 3-7).
Así, durante esos quince días, yo me sentaba al llegar a casa por la noche y tomaba mi medicina, que era la Carta de Pedro. Entonces, ante la Palabra, me encontraba con la realidad profunda de quién era yo. Era una criatura nueva. Capaz de vivir con esperanza una situación tan humana y tan desequilibrante como era la enfermedad grave de una hija. Yo era elegida por Dios, amada por Él. Llamada a vivir eternamente.
"Un día en que se bautizó mucha gente, también Jesús se bautizó. Y mientras Jesús oraba se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo: -¡Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco!" (Lc 3, 21-22). El Espíritu de Dios pronuncia estas palabras sobre nosotros: Tú eres mi amado/ mi amada.
Para llegar a sentirnos amados, debemos recorrer un camino que tiene cuatro pasos:
1. SENTIRSE ELEGIDOS
El mundo: Elige a los mejores. Dice: No eres nada especial. Mira la apariencia: vales por lo que tienes.
Dios: Elige a cada ser humano. Lo llama hijo/hija. Dice: Te llamo por tu nombre, eres precioso/a. Mira el corazón. Dio su vida por ti.
Hay dentro de nosotros una lucha entre la voz de Dios y la voz del mundo.
He aquí tres armas para luchar contra el mundo que nos destruye y nos divide:
1. Desenmascarar al mundo destructor, competitivo, amigo de la rivalidad, aliado de la superficialidad y la apariencia.
2. Buscar personas y lugares donde la verdad sea anunciada, donde escuchemos palabras de vida, donde se nos recuerde nuestra identidad de elegidos. 3.Celebrar nuestra condición de seres preciosos para Dios. Con agradecimiento y alabanza. Dejar la amargura, el pesimismo, la queja... Abrirse a la gratitud, la bondad, la comprensión, las entrañas de misericordia.
2. SENTIRSE BENDECIDOS
Somos bendecidos por Dios y LLAMADOS A HACER EL BIEN: "Finalmente, tened todos el mismo pensar: sed compasivos, fraternales, misericordiosos y humildes. No devolváis mal por mal, ni ultraje por ultraje; al contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición" (1ª P 3, 8-10).
David era un joven idealista. Tuvo un sueño en el que Dios le decía: David, es preciso salvar al mundo, esta sociedad está muy mal y Yo quiero transformarla. David respondió: Sí, Señor. Por la mañana, al despertar, David pensó: Yo quiero transformar el mundo, pero el mundo es muy grande... ¿Por dónde comenzar? Voy a comenzar por mi país. Pero mi país es muy grande. Quizás empiece por mi ciudad. Pero mi ciudad es grande. Voy a comenzar por mi barrio. Pero mi barrio es muy grande. Entonces, comenzaré por mi casa. Y, poco a poco, David se fue acercando a su casa, a los suyos. Después se fue acercando a su cuarto, a su aposento, a su propio corazón. Y entendió que todo empieza por la transformación del propio corazón. Con un corazón transformado pudo salir de su cuarto, de sus propios intereses y sus cegueras. Fue el comienzo de una gran transformación que le hizo ir más allá de su casa, de su tienda, de los de su carne y sangre y empezar a transformar el mundo.
Así, cada uno de nosotros es David, llamado a luchar contra algo que nos supera, contra Goliat. David es el siervo de Dios, el creyente. Goliat es el mundo. No se puede derrotar al mundo con las armas del mundo, porque moriremos. Podemos vencer al mundo con las armas de la fe. Con la sencillez, la bondad, la ausencia de rencor, la perseverancia, la oración, la confianza. No lo olvidéis: el mundo es un gran gigante con pies de barro; en cambio, los que hemos recibido el Espíritu de Dios somos fuertes porque el espíritu es más fuerte que la carne.
Al recibir la llamada a transformar el mundo, empieza por ese pequeño territorio que Dios te ha encomendado, empieza por tu familia. Esto nos decía nuestra querida Madre Teresa: No hay que venir a Calcuta, para transformar el mundo. Empieza por tu familia. A ella le reprochaban que no tenía un proyecto político y contestaba: Mi trabajo es como una gota de agua; pero el océano está hecho de gotas de agua. Somos AMADOS, BENDECIDOS y LLAMADOS PARA UNA MISIÓN.
3. TODOS SOMOS SERES ROTOS
Para realizar el camino de la transformación de nuestro corazón, es necesario bajar a lo profundo y reconocer nuestra pobreza, reconocer que somos seres heridos, rotos, que somos barro. Reconocer nuestra pequeñez. Somos pecadores, poca cosa. No tengáis grandes pretensiones, sino poneos mas bien al nivel de la gente humilde.
Hay en las familias un gran dolor; nos producimos sufrimiento cuando somos soberbios, cuando no aceptamos nuestras imperfecciones, cuando no somos capaces de reconocer nuestros errores, de perdonar y pedir perdón.
La familia es el lugar donde aprendemos a acoger y ser acogidos. Estamos llamados a hacer de la familia un lugar para habitar en paz con nosotros mismos y con nuestro esposo/a e hijos. Lugar donde se nos acepta como somos y no necesitamos llevar máscara. Lugar donde se dice la verdad pero con amor y por el bien del otro. Así podremos crecer juntos. Los padres crecemos espiritualmente cuando acompañamos a nuestros hijos en el itinerario de la vida. Hasta que llega un momento en que en nuestras vidas podemos alabar y celebrar aun en medio de imperfecciones y sufrimientos. Podemos decir con el salmista: Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.
Os ofrecemos una manera sencilla y preciosa de crecer en familia. Es la oración familiar. A través de la oración hemos descubierto que todos somos débiles e imperfectos; y todos, padres e hijos, nos colocamos al final del día bajo la mirada del Padre, el único bueno, el único santo, el Todopoderoso. Abrirnos a la vida de Dios en nosotros no es sólo practicar unos ritos, ir a misa. Dios no está fuera del hogar, Él nos dice hoy quiero hospedarme en tu casa. Viene a entrar en nuestros razonamientos, nuestras decisiones personales y familiares. Entonces se abre una nueva dimensión: la dimensión sobrenatural. Y nuestra mirada sobre el otro cambia. Existe la luz natural y es hermosa; con ella contemplamos la creación, las cosas, las personas. Existe la luz sobrenatural y es aún más hermosa; con ella contemplamos los acontecimientos y las personas desde la mirada de Dios. Los padres, para transmitir la fe, necesitamos de las dos luces:
- La luz de la inteligencia y sensatez.
- La luz del Espíritu Santo, de la fe, de lo que no puedo comprender porque escapa a mi inteligencia.
4. PARA SER ENTREGADOS
HEMOS SIDO ELEGIDOS, BENDECIDOS... PARA SER ENTREGADOS.
Recordemos las palabras de nuestro compromiso matrimonial: Yo me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de mi vida. Nuestra realización, nuestro proyecto de vida, consiste en entregar la vida. Entrego lo que soy, con mis heridas, mis limitaciones. Nuestra capacidad de dar, nuestra ofrenda, aumenta una vez que somos heridos, cuando hemos sido tocados por el dolor, por la humillación, cuando hemos constatado nuestra fragilidad.Donde esta nuestra herida está nuestro don. Os invitamos a mirar vuestras heridas y descubrir que por la resurrección de Jesús se convierten en ríos de agua viva, de ellas puede brotar amargura o puede brotar vida. Sanadas por Jesús brotará un don para los demás, una entrega gozosa y alegre que da sentido a toda nuestra vida.
Érase una vez una isla donde habitaban todos los sentimientos. La alegría, la tristeza... y muchos más, incluyendo el amor. Un día se avisó a los moradores de que la isla se iba a hundir. Todos los sentimientos se apresuraron a salir de la isla, se metieron en sus barcos y se preparaban a partir; pero el amor se quedó, porque quería estar un rato más con la isla que tanto amaba, antes de que se hundiese. Cuando, por fin, estaba ya casi ahogándose, el amor comenzó a pedir ayuda.
Entonces pasó la riqueza y el amor le dijo:
- ¡Riqueza, llévame contigo!
- No puedo, hay mucho oro y plata en mi barco, no tengo espacio para ti.
Entonces le pidió ayuda a la vanidad, que también pasaba por allí:
- ¡Vanidad, por favor, ayúdame!
- No te puedo ayudar amor. Tú estás todo mojado y vas a arruinar mi barco nuevo. Entonces, el amor le pidió ayuda a la tristeza:
- Tristeza, ¿me dejas ir contigo?
- ¡Ay, amor! Estoy tan triste que prefiero ir solita.
También pasó la alegría, pero ella estaba tan alegre que ni oyó al amor llamar. Desesperado, el amor comenzó a llorar. Entonces fue cuando una voz le llamó:
- Ven, amor, yo te llevo.
Era un viejecito. El amor estaba tan feliz... que se le olvidó preguntarle su nombre. Pero al llegar a tierra firme, le preguntó a la sabiduría:
- Sabiduría, ¿quién era el viejecito que me trajo aquí?
La sabiduría respondió: - Era el tiempo.
- ¿El tiempo? Pero, ¿por qué sólo el tiempo quiso traerme?
La sabiduría respondió:
- Porque sólo el tiempo es capaz de entender y ayudar a un gran amor.
Dios está cerca: dentro de tu corazón. Siéntete pobre. A los pobres, Él los colma de bienes; a los ricos los despide vacíos. Deja de echar la culpa al otro. La mujer que me diste como compañera me engañó. Las disculpas, el aislamiento, las comparaciones... son cosa del Mal. Tu conversión es el motor del cambio. Tu conversión, no la del otro. Todo empieza en tu corazón. Experimenta dentro de ti el deseo de buscar a Dios y salir de la mediocridad. Ansía la plenitud. Mira a lo alto: Dios te contempla en tu lucha en medio del mundo y desea darte las fuerzas para el camino. No te conformes, no te hagas a este mundo mediocre. ¡Recibe, acoge dentro de ti, los sentimientos de Jesús!
La 1ª Carta de Pedro es una Carta Pascual. Escrita hace casi dos mil años, habla al corazón de los cristianos de hoy, a los cristianos de todos los continentes y culturas. ¡Éste es el milagro de la Palabra de Dios!
Esta carta llegó a mi vida de una manera nueva en abril del año 94. Aquel año, la Pascua de Resurrección fue el 3 de abril. Y los días 23 y 24 de aquel mes tuvimos en Galicia un Encuentro de Matrimonios. Al Encuentro no asistieron nuestros tres hijos: Martiño -que entonces tenía 10 años-, Lucía -que tenía 9- y Olalla -que tenía 2 años-. Quedaron en casa, al cuidado de unos hermanos de la Comunidad, pues el Encuentro estaba pensado sólo para matrimonios. Era la primera vez que Olalla se quedaba sin sus padres y nos contaron al volver que les dio mucha guerra para dormir.
El lunes 25 de abril por la tarde, notamos que Olalla tenía algo de fiebre. Además, llevaba algún tiempo que cuando se caía le salían unos moratones bastante grandes. La llevamos al pediatra. Después de examinarla detenidamente, empezó a hacernos preguntas sobre sus hematomas y sobre unas manchas pequeñas que nosotros ni habíamos notado. Aprendimos el nombre de aquellas manchitas: petequias. Al cabo de media hora, nos dijo que su recomendación era llevarla al hospital inmediatamente. Él creía que la ingresarían. Y así fue. Aquella noche yo volví a casa sola y Javier quedó en el hospital con Olalla. Había dos posibilidades: podía ser una meningitis que había que tratar urgentemente o bien una púrpura trombocitopénica idiopática; otra palabreja que fue repetida después muchas veces por los médicos durante los quince días que Olalla estuvo ingresada y que significaba, en cristiano, una falta de plaquetas muy grave (tenía sólo 5000 plaquetas); y la palabra idiopática quería decir causa desconocida.
Aquella noche en que volví a casa sola, después de atender a Martiño y Lucía, y avisar a algunos hermanos de la Comunidad, me senté en el sofá y abrí el Libro de las Horas. Entonces descubrí que aquella Carta de Pedro era para mí, para mi situación, para aquel 25 de abril. Era para mí, seguidora de Jesús de Nazaret. Dios me escribía una carta en aquel momento porque yo lo necesitaba:
"Bendito sea Dios padre de nuestro Señor Jesucrito que, por su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, para una herencia incorruptible... Una herencia reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios guarda mediante la fe para una salvación que ha de manifestarse en el momento final. Por ello vivís alegres, aunque un poco afligidos ahora, es cierto, a causa de tantas pruebas" (1Pe, 3-7).
Así, durante esos quince días, yo me sentaba al llegar a casa por la noche y tomaba mi medicina, que era la Carta de Pedro. Entonces, ante la Palabra, me encontraba con la realidad profunda de quién era yo. Era una criatura nueva. Capaz de vivir con esperanza una situación tan humana y tan desequilibrante como era la enfermedad grave de una hija. Yo era elegida por Dios, amada por Él. Llamada a vivir eternamente.
"Un día en que se bautizó mucha gente, también Jesús se bautizó. Y mientras Jesús oraba se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo: -¡Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco!" (Lc 3, 21-22). El Espíritu de Dios pronuncia estas palabras sobre nosotros: Tú eres mi amado/ mi amada.
Para llegar a sentirnos amados, debemos recorrer un camino que tiene cuatro pasos:
1. SENTIRSE ELEGIDOS
El mundo: Elige a los mejores. Dice: No eres nada especial. Mira la apariencia: vales por lo que tienes.
Dios: Elige a cada ser humano. Lo llama hijo/hija. Dice: Te llamo por tu nombre, eres precioso/a. Mira el corazón. Dio su vida por ti.
Hay dentro de nosotros una lucha entre la voz de Dios y la voz del mundo.
He aquí tres armas para luchar contra el mundo que nos destruye y nos divide:
1. Desenmascarar al mundo destructor, competitivo, amigo de la rivalidad, aliado de la superficialidad y la apariencia.
2. Buscar personas y lugares donde la verdad sea anunciada, donde escuchemos palabras de vida, donde se nos recuerde nuestra identidad de elegidos. 3.Celebrar nuestra condición de seres preciosos para Dios. Con agradecimiento y alabanza. Dejar la amargura, el pesimismo, la queja... Abrirse a la gratitud, la bondad, la comprensión, las entrañas de misericordia.
2. SENTIRSE BENDECIDOS
Somos bendecidos por Dios y LLAMADOS A HACER EL BIEN: "Finalmente, tened todos el mismo pensar: sed compasivos, fraternales, misericordiosos y humildes. No devolváis mal por mal, ni ultraje por ultraje; al contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición" (1ª P 3, 8-10).
David era un joven idealista. Tuvo un sueño en el que Dios le decía: David, es preciso salvar al mundo, esta sociedad está muy mal y Yo quiero transformarla. David respondió: Sí, Señor. Por la mañana, al despertar, David pensó: Yo quiero transformar el mundo, pero el mundo es muy grande... ¿Por dónde comenzar? Voy a comenzar por mi país. Pero mi país es muy grande. Quizás empiece por mi ciudad. Pero mi ciudad es grande. Voy a comenzar por mi barrio. Pero mi barrio es muy grande. Entonces, comenzaré por mi casa. Y, poco a poco, David se fue acercando a su casa, a los suyos. Después se fue acercando a su cuarto, a su aposento, a su propio corazón. Y entendió que todo empieza por la transformación del propio corazón. Con un corazón transformado pudo salir de su cuarto, de sus propios intereses y sus cegueras. Fue el comienzo de una gran transformación que le hizo ir más allá de su casa, de su tienda, de los de su carne y sangre y empezar a transformar el mundo.
Así, cada uno de nosotros es David, llamado a luchar contra algo que nos supera, contra Goliat. David es el siervo de Dios, el creyente. Goliat es el mundo. No se puede derrotar al mundo con las armas del mundo, porque moriremos. Podemos vencer al mundo con las armas de la fe. Con la sencillez, la bondad, la ausencia de rencor, la perseverancia, la oración, la confianza. No lo olvidéis: el mundo es un gran gigante con pies de barro; en cambio, los que hemos recibido el Espíritu de Dios somos fuertes porque el espíritu es más fuerte que la carne.
Al recibir la llamada a transformar el mundo, empieza por ese pequeño territorio que Dios te ha encomendado, empieza por tu familia. Esto nos decía nuestra querida Madre Teresa: No hay que venir a Calcuta, para transformar el mundo. Empieza por tu familia. A ella le reprochaban que no tenía un proyecto político y contestaba: Mi trabajo es como una gota de agua; pero el océano está hecho de gotas de agua. Somos AMADOS, BENDECIDOS y LLAMADOS PARA UNA MISIÓN.
3. TODOS SOMOS SERES ROTOS
Para realizar el camino de la transformación de nuestro corazón, es necesario bajar a lo profundo y reconocer nuestra pobreza, reconocer que somos seres heridos, rotos, que somos barro. Reconocer nuestra pequeñez. Somos pecadores, poca cosa. No tengáis grandes pretensiones, sino poneos mas bien al nivel de la gente humilde.
Hay en las familias un gran dolor; nos producimos sufrimiento cuando somos soberbios, cuando no aceptamos nuestras imperfecciones, cuando no somos capaces de reconocer nuestros errores, de perdonar y pedir perdón.
La familia es el lugar donde aprendemos a acoger y ser acogidos. Estamos llamados a hacer de la familia un lugar para habitar en paz con nosotros mismos y con nuestro esposo/a e hijos. Lugar donde se nos acepta como somos y no necesitamos llevar máscara. Lugar donde se dice la verdad pero con amor y por el bien del otro. Así podremos crecer juntos. Los padres crecemos espiritualmente cuando acompañamos a nuestros hijos en el itinerario de la vida. Hasta que llega un momento en que en nuestras vidas podemos alabar y celebrar aun en medio de imperfecciones y sufrimientos. Podemos decir con el salmista: Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.
Os ofrecemos una manera sencilla y preciosa de crecer en familia. Es la oración familiar. A través de la oración hemos descubierto que todos somos débiles e imperfectos; y todos, padres e hijos, nos colocamos al final del día bajo la mirada del Padre, el único bueno, el único santo, el Todopoderoso. Abrirnos a la vida de Dios en nosotros no es sólo practicar unos ritos, ir a misa. Dios no está fuera del hogar, Él nos dice hoy quiero hospedarme en tu casa. Viene a entrar en nuestros razonamientos, nuestras decisiones personales y familiares. Entonces se abre una nueva dimensión: la dimensión sobrenatural. Y nuestra mirada sobre el otro cambia. Existe la luz natural y es hermosa; con ella contemplamos la creación, las cosas, las personas. Existe la luz sobrenatural y es aún más hermosa; con ella contemplamos los acontecimientos y las personas desde la mirada de Dios. Los padres, para transmitir la fe, necesitamos de las dos luces:
- La luz de la inteligencia y sensatez.
- La luz del Espíritu Santo, de la fe, de lo que no puedo comprender porque escapa a mi inteligencia.
4. PARA SER ENTREGADOS
HEMOS SIDO ELEGIDOS, BENDECIDOS... PARA SER ENTREGADOS.
Recordemos las palabras de nuestro compromiso matrimonial: Yo me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de mi vida. Nuestra realización, nuestro proyecto de vida, consiste en entregar la vida. Entrego lo que soy, con mis heridas, mis limitaciones. Nuestra capacidad de dar, nuestra ofrenda, aumenta una vez que somos heridos, cuando hemos sido tocados por el dolor, por la humillación, cuando hemos constatado nuestra fragilidad.Donde esta nuestra herida está nuestro don. Os invitamos a mirar vuestras heridas y descubrir que por la resurrección de Jesús se convierten en ríos de agua viva, de ellas puede brotar amargura o puede brotar vida. Sanadas por Jesús brotará un don para los demás, una entrega gozosa y alegre que da sentido a toda nuestra vida.
Érase una vez una isla donde habitaban todos los sentimientos. La alegría, la tristeza... y muchos más, incluyendo el amor. Un día se avisó a los moradores de que la isla se iba a hundir. Todos los sentimientos se apresuraron a salir de la isla, se metieron en sus barcos y se preparaban a partir; pero el amor se quedó, porque quería estar un rato más con la isla que tanto amaba, antes de que se hundiese. Cuando, por fin, estaba ya casi ahogándose, el amor comenzó a pedir ayuda.
Entonces pasó la riqueza y el amor le dijo:
- ¡Riqueza, llévame contigo!
- No puedo, hay mucho oro y plata en mi barco, no tengo espacio para ti.
Entonces le pidió ayuda a la vanidad, que también pasaba por allí:
- ¡Vanidad, por favor, ayúdame!
- No te puedo ayudar amor. Tú estás todo mojado y vas a arruinar mi barco nuevo. Entonces, el amor le pidió ayuda a la tristeza:
- Tristeza, ¿me dejas ir contigo?
- ¡Ay, amor! Estoy tan triste que prefiero ir solita.
También pasó la alegría, pero ella estaba tan alegre que ni oyó al amor llamar. Desesperado, el amor comenzó a llorar. Entonces fue cuando una voz le llamó:
- Ven, amor, yo te llevo.
Era un viejecito. El amor estaba tan feliz... que se le olvidó preguntarle su nombre. Pero al llegar a tierra firme, le preguntó a la sabiduría:
- Sabiduría, ¿quién era el viejecito que me trajo aquí?
La sabiduría respondió: - Era el tiempo.
- ¿El tiempo? Pero, ¿por qué sólo el tiempo quiso traerme?
La sabiduría respondió:
- Porque sólo el tiempo es capaz de entender y ayudar a un gran amor.
Dios está cerca: dentro de tu corazón. Siéntete pobre. A los pobres, Él los colma de bienes; a los ricos los despide vacíos. Deja de echar la culpa al otro. La mujer que me diste como compañera me engañó. Las disculpas, el aislamiento, las comparaciones... son cosa del Mal. Tu conversión es el motor del cambio. Tu conversión, no la del otro. Todo empieza en tu corazón. Experimenta dentro de ti el deseo de buscar a Dios y salir de la mediocridad. Ansía la plenitud. Mira a lo alto: Dios te contempla en tu lucha en medio del mundo y desea darte las fuerzas para el camino. No te conformes, no te hagas a este mundo mediocre. ¡Recibe, acoge dentro de ti, los sentimientos de Jesús!
Javier y Montse, Comunidade Caná
Basados en intuiciones y textos de Henri Nouwen
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- ¡EMPIEZA por TU familia!
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- La FAMILIA educa sobre 3 PILARES
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