Formación ~8~
¡Es hora de resucitar a la familia! El mundo la da por muerta; pero Dios ha puesto en ella todo el poder de su Espíritu Santo para unir y perdonar, para restaurar y curar, para amar... Estas enseñanzas han sido transmitidas en Encuentros de Familias a lo largo y ancho de nuestro país. Son sencillas e inspiradoras.
¡Porque es tiempo de Dios para la familia! El futuro de la Iglesia y de la humanidad depende de la Familia. ¡De mi familia! "¡A la obra, que Yo estoy con vosotros y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu! ¡No tengáis miedo!" (Ag 1, 5). Él hará en nosotros lo imposible por el poder de su Espíritu. ¡Sabemos de quién nos hemos fiado! ¡Ánimo y a la tarea!
¡Porque es tiempo de Dios para la familia! El futuro de la Iglesia y de la humanidad depende de la Familia. ¡De mi familia! "¡A la obra, que Yo estoy con vosotros y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu! ¡No tengáis miedo!" (Ag 1, 5). Él hará en nosotros lo imposible por el poder de su Espíritu. ¡Sabemos de quién nos hemos fiado! ¡Ánimo y a la tarea!
Llamados a ser FECUNDOS
¡Fecundos! Esta palabra tantas veces utilizada por Dios para hablarnos... Desde el Génesis, dijo el Señor: Sed fecundos. Ahí tenéis la tierra, multiplicaos, creced, dad fruto, sed creativos...
El lugar donde está Dios se compara en la Biblia con una tierra frondosa, con una viña que produce frutos (Serás como huerto bien regado). El lugar donde no está Dios se compara con un terreno desértico y sin agua. Esta simbología del agua se enmarca dentro de la cultura y de la historia del pueblo judío. Ellos sabían muy bien que el agua era la vida y el desierto la muerte. En el A.T. se nos dice: Alégrate, la estéril, darás a luz, darás fruto y se alegrará tu corazón. Nuestra vida separada de Dios es estéril. Con Él daremos fruto. "Yo soy como un ciprés lozano y de mí proceden todos tus frutos" (Os 14, 2-10). De manera especial, resuena en nosotros esta llamada a dar fruto a través del propio Jesús en sus últimas palabras a los Apóstoles: "Os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero" (Jn 15, 16).
La primera fecundidad es la fecundidad mutua, es decir, el mutuo enriquecimiento. Toda vida verdadera es encuentro, pero esta palabra tiene su significado más pleno en el matrimonio. Un hombre y una mujer que adquieren el compromiso de amarse para siempre, o sea, hacer de su vida un encuentro. Un encuentro vital formado por encuentros cotidianos, por hábitos y rutinas, por el transcurrir del tiempo ordinario. Y, también, por un compartir de momentos muy especiales, difíciles, decisivos o significativos en la vida, así como por el encuentro de nuestros cuerpos como manifestación del amor, de la entrega total. Estar juntos en los tiempos extraordinarios. En este sentido, podemos decir que una crisis es un desencuentro que se ha ido prolongando en el tiempo; y durante ese tiempo, como un tumor, se ha ido extendiendo a diferentes facetas de nuestra relación. El final de la crisis es el final del desencuentro o la aceptación serena de nuestras distintas opiniones o posicionamientos, de manera que podemos seguir encontrándonos. Podemos seguir caminando en lo imperfecto mientras llega lo perfecto. En el encuentro, cada una de las personas quiere que la otra llegue a ser quien está llamada a ser, ofreciéndole su riqueza personal, sus cualidades, su tiempo, su ser. Cada una apoya, posibilita e impulsa a la otra para crecer como persona. Por el encuentro, un yo y un tú se convierten en un nosotros. Durante la vida de pareja hay veces que luchamos uno contra el otro, rivalizamos; nuestra confrontación es equivocada si uno quiere vencer al otro. Si peleamos de esta manera crearemos división y desencuentro. Al vivir así dividimos nuestras fuerzas, nos debilitamos y vamos construyendo murallas, puesto que vemos al otro como una amenaza y no como el que me complementa. Cuando un matrimonio vive así mucho tiempo, pierde sus fuerzas y energías interiores y acaba muriendo.
Una casa no puede subsistir si hay división. Un reino no puede progresar si está dividido. Cuando los esposos están unidos, entonces pueden llegar dificultades, enfermedades, problemas, malas noticias (Sal 112: Mi corazón está firme en el Señor)... Todo puede ser superado si estamos en el camino de ese amor verdadero que todo lo espera, todo lo soporta, todo lo puede. Por eso, esta unidad, este espacio sagrado, es el principal objetivo del Maligno. Si nos divide, si entra en el nosotros, sobreviene la ruina para esta casa, para el hogar. No debemos hablar de esta unidad como algo idílico y romántico. "Cuando eráis niños os hablaba como a niños y os alimentabais como niños; más ahora sois adultos en la fe y debéis recibir otro alimento más consistente" (S. Pablo).
El libro "Casados y felices" nos presenta tres claves para conseguir ese encuentro:
ACOGIDA
Es la capacidad de empatizar con el otro. Capacidad de acoger lo que el otro es, de ponerme en el lugar del otro y hacerle sentir querido/a. Tenemos que mirarnos y reconocer que nuestro corazón es vulnerable y frágil y tenemos que cuidarnos. Cuidarnos es fundamentalmente acogernos. Aprender a compartir nuestros sentimientos. Dice la Palabra de Dios ¿qué hay más complicado que el corazón humano? Una de las grandes heridas de las parejas es cuando se ignoran las necesidades del otro. Los sentimientos se pueden agrupar en cuatro categorías básicas: felicidad, ira, ansiedad y depresión. Uno se siente feliz cuando tiene cubiertas sus necesidades en el presente; enfadado, cuando sus necesidades o deseos no están satisfechos en el presente; ansioso, cuanto teme que sus necesidades no estén satisfechas en el futuro; y deprimido, cuando experimenta pérdidas importantes o se siente incapaz de satisfacer sus necesidades.
Los sentimientos y las necesidades están en estrecha relación. Cuando tu pareja está enfadada necesita que la comprendas, cuando tiene ansiedad necesita que la tranquilices, cuando se siente deprimida que la consueles y cuando se siente feliz que compartas esa alegría con ella. La acogida para ser eficaz requiere de gestos, hechos, tiempos, dedicación, detalles y cambios concretos. Hasta aquí llega la psicología y es necesaria y nos ayuda. El matrimonio cristiano cuenta con una ayuda más. Jesús viene en nuestra ayuda y nos pide que amemos. Nos lo pide y nos da la gracia del sacramento.
He aquí el alma de la acogida: AMA A JESÚS EN TU PAREJA. Descubre a Jesús en ella. Desde el Evangelio llegamos al meollo de la acogida: la misericordia. Jesús nos enseñó a amar concretamente a cada prójimo. En la cruz nos mostró la medida del amor: estar dispuestos a dar la vida por los demás como hizo Él. Las dimensiones espiritual y psicológica forman el engranaje perfecto para nuestra vida esponsal. No se contraponen sino que se ayudan:
• Haz sitio en tu corazón a tu pareja.
• Aprende a comprender sus necesidades.
• Ámala de un modo realista y sensible.
AUTONOMÍA
La autonomía es el don de ti mismo/a que aportas a la convivencia. Somos dos personas, dos psicologías, dos sensibilidades, dos almas, dos caracteres, dos miradas sobre el mundo, sobre las cosas, dos perspectivas... Vamos realizando nuestro proyecto sin dejar de ser dos. Vamos aunando esfuerzos, vamos llegando a acuerdos, vamos creando un nosotros; pero es un error y un camino equivocado el querer construir una vida en común sobre la base de la anulación de uno a las expectativas y necesidades del otro. Éste es un proceso que no tiene futuro, a más corto o largo plazo hay que rectificar este camino y emprender el de la autonomía.Sobre esta primera base (tengo que ser yo mismo) se apoya otra tan importante como la primera: tengo que empezar a cambiar yo. Tengo que mirar hacia dentro de mí mismo. Tengo que cuidar mi vida. Tengo que ser exigente conmigo mismo y compasivo con el otro. Mi yo es como una casa con una serie de habitaciones. Cuidar mi casa interior, mi castillo interior, es bueno para toda la familia. Cuidar mi salud, mi vida laboral, mi formación, mi vida social, el tiempo que dedico a estar en casa, mi formación... Mientras más equilibrada sea mi vida, más equilibrio, armonía y alegría podré aportar al otro y a los hijos.
El alma de la autonomía es una vida personal según la voluntad de Dios. Un día le preguntaron a la Madre Teresa que explicara cómo hacer la voluntad de Dios. Ella dijo: La voluntad de Dios no es lo que se hace, sino lo que se es. Esta respuesta nos sugiere que Dios es amor y quiere que seamos amor como Él. Mi mandamiento es éste: amaos los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15, 12).
RECIPROCIDAD
El matrimonio requiere de un tercer aspecto: la reciprocidad. Cuando no hay acogida se pierde el tú. Cuando no hay autonomía se pierde el yo. Cuando no hay reciprocidad se pierde el nosotros. La reciprocidad consiste en crear un nosotros. Consiste en crear un puente de mi corazón a tu corazón y vigilar que no se deteriore. Y esto, año tras año. El puente va adquiriendo elementos diferentes, se va consolidando con los años o se va desgastando... y hay que repararlo. Este puente se construye con:
El arte de la comunicación: compartir, escuchar y dar respuesta.
Muchas veces limitamos la comunicación a resolver problemas, a tomar decisiones. Esto no es suficiente. La comunicación es uno de los elementos más gratificantes porque sirve para que crezca nuestro entendimiento recíproco y nuestra unidad, y para manifestarnos mutuamente aprecio y comprensión.
El arte de aprender a resolver los conflictos con sabiduría y respeto.
Si una pareja no tiene conflictos, entonces pasa algo grave. Los conflictos son parte de la vida en común. Surgen por diferencias en el modo de pensar, de sentir o de querer hacer las cosas. Las respuestas más comunes a un conflicto son pelearse, evadirse o quedarse paralizados. Para solucionar los conflictos hay que hacerse bicultural. Pensar que el otro va a aportar una perspectiva enriquecedora y diferente. Eliminar los sentimientos tóxicos de negativismo o pesimismo. Saber llegar a acuerdos.
La fuerza para perdonar y reconciliarse.
Sin perdón no hay futuro para el matrimonio. Perdonar no es indultar, disculpar o justificar una injusticia; tampoco es seguir adelante eludiendo un conflicto. Perdonar es aunar misericordia y justicia. El perdón exige rectificar en aquello que ha sido un fallo o una ofensa. Perdonar no es acallar y volverte indiferente. Perdonar no es signo de debilidad sino de fortaleza. Perdonar no es un acto aislado sino forma parte de un proceso sanador.
- Perdona con el alma. San Juan de la Cruz: Donde no hay amor, por amor y cosecharás amor.
- Perdona con la mente. No dejes que tu mente se envenene con la ofensa recibida.
- Perdona con el corazón. Significa querer perdonar y eliminar todo resentimiento mediante un acto de misericordia.
- Perdona con la voluntad. Mediante un acto libre de mi voluntad decido perdonar.
El alma de la reciprocidad es Jesús en medio de nosotros. De manera especial la presencia de Jesús abandonado que dio la vida por nosotros. Amar a Jesús abandonado es la llave de nuestra unidad con Dios y entre nosotros. Es el secreto de la auténtica felicidad.
No hay fecundidad sin cruz. No hay gloria sin pasar por la cruz. Pongamos nuestra mirada en Cristo. El árbol de la vida es tu cruz, oh Señor. En todo matrimonio está la cruz de Cristo, ahora conviene meditar en cómo estamos negociando con esa cruz de cada día, plantada en nuestra vida. Debemos reconocer ante el Señor que la cruz no nos gusta; es más, que no nos gusta la cruz que nos ha tocado, preferiríamos la otra, la que le tocó al hermano/a. Debemos reconocer que nos hemos rebelado contra el Señor y hemos luchado con Él. Nos hemos encarado y le hemos pedido con lágrimas que apartara esta cruz de nosotros. Somos como el pueblo de Israel caminando por el desierto, rebeldes e ingratos, quejándonos de nuestras cruces y desperdiciando energías en resentimientos estériles. Pero hoy es día de salvación, ahora es tiempo favorable.
La cruz debe ser mirada cara a cara. Debemos ser capaces de mirar nuestra historia cara a cara. En primer lugar, la historia personal; y, después, la historia juntos. Mirar la cruz de Cristo es mirar su humanidad, mirar mi cruz es mirar mi humanidad, mis limitaciones e incapacidades, mis cegueras y deficiencias. Soy frágil, limitado y mortal, pero escogido por Dios, tocado por su gracia y elegido para una vocación.
El Señor, a través del Sacramento del Matrimonio, nos quiere llevar a una sanación de nuestras personas y a una historia de amor donde Él triunfa en medio de nuestros pecados y deficiencias. Ser capaz de mirar la cruz y hablar de ella es un paso importante. La cruz debe ser asumida, aceptada, es parte de la condición humana. Cuando vemos hoy al mundo tan empeñado en no mirar la cruz, en escapar del sufrimiento, recordamos la historia de aquel hombre necio que quería huir de su sombra. Nosotros sabemos y experimentamos que es necesario morir para vivir. Un himno de la Liturgia de las Horas dice: Comprender que el dolor es la llave santa de tu puerta santa. No llega con mirar y aceptar; es preciso abrazar, amar. Acoger en el corazón todo lo que Tú has permitido, dejarlo en tu corazón, sin pretender entender, y unirme a tu Corazón, Jesús, traspasado por mí en la cruz.
"Felices los que, poniendo su esperanza en la cruz, se sumergieron en las aguas del bautismo." (Autor anónimo. S. II)
"Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas, y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán como paja que arrebata el viento. El Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal." (Sal 1)
¡Fecundos! Esta palabra tantas veces utilizada por Dios para hablarnos... Desde el Génesis, dijo el Señor: Sed fecundos. Ahí tenéis la tierra, multiplicaos, creced, dad fruto, sed creativos...
El lugar donde está Dios se compara en la Biblia con una tierra frondosa, con una viña que produce frutos (Serás como huerto bien regado). El lugar donde no está Dios se compara con un terreno desértico y sin agua. Esta simbología del agua se enmarca dentro de la cultura y de la historia del pueblo judío. Ellos sabían muy bien que el agua era la vida y el desierto la muerte. En el A.T. se nos dice: Alégrate, la estéril, darás a luz, darás fruto y se alegrará tu corazón. Nuestra vida separada de Dios es estéril. Con Él daremos fruto. "Yo soy como un ciprés lozano y de mí proceden todos tus frutos" (Os 14, 2-10). De manera especial, resuena en nosotros esta llamada a dar fruto a través del propio Jesús en sus últimas palabras a los Apóstoles: "Os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante y duradero" (Jn 15, 16).
La primera fecundidad es la fecundidad mutua, es decir, el mutuo enriquecimiento. Toda vida verdadera es encuentro, pero esta palabra tiene su significado más pleno en el matrimonio. Un hombre y una mujer que adquieren el compromiso de amarse para siempre, o sea, hacer de su vida un encuentro. Un encuentro vital formado por encuentros cotidianos, por hábitos y rutinas, por el transcurrir del tiempo ordinario. Y, también, por un compartir de momentos muy especiales, difíciles, decisivos o significativos en la vida, así como por el encuentro de nuestros cuerpos como manifestación del amor, de la entrega total. Estar juntos en los tiempos extraordinarios. En este sentido, podemos decir que una crisis es un desencuentro que se ha ido prolongando en el tiempo; y durante ese tiempo, como un tumor, se ha ido extendiendo a diferentes facetas de nuestra relación. El final de la crisis es el final del desencuentro o la aceptación serena de nuestras distintas opiniones o posicionamientos, de manera que podemos seguir encontrándonos. Podemos seguir caminando en lo imperfecto mientras llega lo perfecto. En el encuentro, cada una de las personas quiere que la otra llegue a ser quien está llamada a ser, ofreciéndole su riqueza personal, sus cualidades, su tiempo, su ser. Cada una apoya, posibilita e impulsa a la otra para crecer como persona. Por el encuentro, un yo y un tú se convierten en un nosotros. Durante la vida de pareja hay veces que luchamos uno contra el otro, rivalizamos; nuestra confrontación es equivocada si uno quiere vencer al otro. Si peleamos de esta manera crearemos división y desencuentro. Al vivir así dividimos nuestras fuerzas, nos debilitamos y vamos construyendo murallas, puesto que vemos al otro como una amenaza y no como el que me complementa. Cuando un matrimonio vive así mucho tiempo, pierde sus fuerzas y energías interiores y acaba muriendo.
Una casa no puede subsistir si hay división. Un reino no puede progresar si está dividido. Cuando los esposos están unidos, entonces pueden llegar dificultades, enfermedades, problemas, malas noticias (Sal 112: Mi corazón está firme en el Señor)... Todo puede ser superado si estamos en el camino de ese amor verdadero que todo lo espera, todo lo soporta, todo lo puede. Por eso, esta unidad, este espacio sagrado, es el principal objetivo del Maligno. Si nos divide, si entra en el nosotros, sobreviene la ruina para esta casa, para el hogar. No debemos hablar de esta unidad como algo idílico y romántico. "Cuando eráis niños os hablaba como a niños y os alimentabais como niños; más ahora sois adultos en la fe y debéis recibir otro alimento más consistente" (S. Pablo).
El libro "Casados y felices" nos presenta tres claves para conseguir ese encuentro:
ACOGIDA
Es la capacidad de empatizar con el otro. Capacidad de acoger lo que el otro es, de ponerme en el lugar del otro y hacerle sentir querido/a. Tenemos que mirarnos y reconocer que nuestro corazón es vulnerable y frágil y tenemos que cuidarnos. Cuidarnos es fundamentalmente acogernos. Aprender a compartir nuestros sentimientos. Dice la Palabra de Dios ¿qué hay más complicado que el corazón humano? Una de las grandes heridas de las parejas es cuando se ignoran las necesidades del otro. Los sentimientos se pueden agrupar en cuatro categorías básicas: felicidad, ira, ansiedad y depresión. Uno se siente feliz cuando tiene cubiertas sus necesidades en el presente; enfadado, cuando sus necesidades o deseos no están satisfechos en el presente; ansioso, cuanto teme que sus necesidades no estén satisfechas en el futuro; y deprimido, cuando experimenta pérdidas importantes o se siente incapaz de satisfacer sus necesidades.
Los sentimientos y las necesidades están en estrecha relación. Cuando tu pareja está enfadada necesita que la comprendas, cuando tiene ansiedad necesita que la tranquilices, cuando se siente deprimida que la consueles y cuando se siente feliz que compartas esa alegría con ella. La acogida para ser eficaz requiere de gestos, hechos, tiempos, dedicación, detalles y cambios concretos. Hasta aquí llega la psicología y es necesaria y nos ayuda. El matrimonio cristiano cuenta con una ayuda más. Jesús viene en nuestra ayuda y nos pide que amemos. Nos lo pide y nos da la gracia del sacramento.
He aquí el alma de la acogida: AMA A JESÚS EN TU PAREJA. Descubre a Jesús en ella. Desde el Evangelio llegamos al meollo de la acogida: la misericordia. Jesús nos enseñó a amar concretamente a cada prójimo. En la cruz nos mostró la medida del amor: estar dispuestos a dar la vida por los demás como hizo Él. Las dimensiones espiritual y psicológica forman el engranaje perfecto para nuestra vida esponsal. No se contraponen sino que se ayudan:
• Haz sitio en tu corazón a tu pareja.
• Aprende a comprender sus necesidades.
• Ámala de un modo realista y sensible.
AUTONOMÍA
La autonomía es el don de ti mismo/a que aportas a la convivencia. Somos dos personas, dos psicologías, dos sensibilidades, dos almas, dos caracteres, dos miradas sobre el mundo, sobre las cosas, dos perspectivas... Vamos realizando nuestro proyecto sin dejar de ser dos. Vamos aunando esfuerzos, vamos llegando a acuerdos, vamos creando un nosotros; pero es un error y un camino equivocado el querer construir una vida en común sobre la base de la anulación de uno a las expectativas y necesidades del otro. Éste es un proceso que no tiene futuro, a más corto o largo plazo hay que rectificar este camino y emprender el de la autonomía.Sobre esta primera base (tengo que ser yo mismo) se apoya otra tan importante como la primera: tengo que empezar a cambiar yo. Tengo que mirar hacia dentro de mí mismo. Tengo que cuidar mi vida. Tengo que ser exigente conmigo mismo y compasivo con el otro. Mi yo es como una casa con una serie de habitaciones. Cuidar mi casa interior, mi castillo interior, es bueno para toda la familia. Cuidar mi salud, mi vida laboral, mi formación, mi vida social, el tiempo que dedico a estar en casa, mi formación... Mientras más equilibrada sea mi vida, más equilibrio, armonía y alegría podré aportar al otro y a los hijos.
El alma de la autonomía es una vida personal según la voluntad de Dios. Un día le preguntaron a la Madre Teresa que explicara cómo hacer la voluntad de Dios. Ella dijo: La voluntad de Dios no es lo que se hace, sino lo que se es. Esta respuesta nos sugiere que Dios es amor y quiere que seamos amor como Él. Mi mandamiento es éste: amaos los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15, 12).
RECIPROCIDAD
El matrimonio requiere de un tercer aspecto: la reciprocidad. Cuando no hay acogida se pierde el tú. Cuando no hay autonomía se pierde el yo. Cuando no hay reciprocidad se pierde el nosotros. La reciprocidad consiste en crear un nosotros. Consiste en crear un puente de mi corazón a tu corazón y vigilar que no se deteriore. Y esto, año tras año. El puente va adquiriendo elementos diferentes, se va consolidando con los años o se va desgastando... y hay que repararlo. Este puente se construye con:
El arte de la comunicación: compartir, escuchar y dar respuesta.
Muchas veces limitamos la comunicación a resolver problemas, a tomar decisiones. Esto no es suficiente. La comunicación es uno de los elementos más gratificantes porque sirve para que crezca nuestro entendimiento recíproco y nuestra unidad, y para manifestarnos mutuamente aprecio y comprensión.
El arte de aprender a resolver los conflictos con sabiduría y respeto.
Si una pareja no tiene conflictos, entonces pasa algo grave. Los conflictos son parte de la vida en común. Surgen por diferencias en el modo de pensar, de sentir o de querer hacer las cosas. Las respuestas más comunes a un conflicto son pelearse, evadirse o quedarse paralizados. Para solucionar los conflictos hay que hacerse bicultural. Pensar que el otro va a aportar una perspectiva enriquecedora y diferente. Eliminar los sentimientos tóxicos de negativismo o pesimismo. Saber llegar a acuerdos.
La fuerza para perdonar y reconciliarse.
Sin perdón no hay futuro para el matrimonio. Perdonar no es indultar, disculpar o justificar una injusticia; tampoco es seguir adelante eludiendo un conflicto. Perdonar es aunar misericordia y justicia. El perdón exige rectificar en aquello que ha sido un fallo o una ofensa. Perdonar no es acallar y volverte indiferente. Perdonar no es signo de debilidad sino de fortaleza. Perdonar no es un acto aislado sino forma parte de un proceso sanador.
- Perdona con el alma. San Juan de la Cruz: Donde no hay amor, por amor y cosecharás amor.
- Perdona con la mente. No dejes que tu mente se envenene con la ofensa recibida.
- Perdona con el corazón. Significa querer perdonar y eliminar todo resentimiento mediante un acto de misericordia.
- Perdona con la voluntad. Mediante un acto libre de mi voluntad decido perdonar.
El alma de la reciprocidad es Jesús en medio de nosotros. De manera especial la presencia de Jesús abandonado que dio la vida por nosotros. Amar a Jesús abandonado es la llave de nuestra unidad con Dios y entre nosotros. Es el secreto de la auténtica felicidad.
No hay fecundidad sin cruz. No hay gloria sin pasar por la cruz. Pongamos nuestra mirada en Cristo. El árbol de la vida es tu cruz, oh Señor. En todo matrimonio está la cruz de Cristo, ahora conviene meditar en cómo estamos negociando con esa cruz de cada día, plantada en nuestra vida. Debemos reconocer ante el Señor que la cruz no nos gusta; es más, que no nos gusta la cruz que nos ha tocado, preferiríamos la otra, la que le tocó al hermano/a. Debemos reconocer que nos hemos rebelado contra el Señor y hemos luchado con Él. Nos hemos encarado y le hemos pedido con lágrimas que apartara esta cruz de nosotros. Somos como el pueblo de Israel caminando por el desierto, rebeldes e ingratos, quejándonos de nuestras cruces y desperdiciando energías en resentimientos estériles. Pero hoy es día de salvación, ahora es tiempo favorable.
La cruz debe ser mirada cara a cara. Debemos ser capaces de mirar nuestra historia cara a cara. En primer lugar, la historia personal; y, después, la historia juntos. Mirar la cruz de Cristo es mirar su humanidad, mirar mi cruz es mirar mi humanidad, mis limitaciones e incapacidades, mis cegueras y deficiencias. Soy frágil, limitado y mortal, pero escogido por Dios, tocado por su gracia y elegido para una vocación.
El Señor, a través del Sacramento del Matrimonio, nos quiere llevar a una sanación de nuestras personas y a una historia de amor donde Él triunfa en medio de nuestros pecados y deficiencias. Ser capaz de mirar la cruz y hablar de ella es un paso importante. La cruz debe ser asumida, aceptada, es parte de la condición humana. Cuando vemos hoy al mundo tan empeñado en no mirar la cruz, en escapar del sufrimiento, recordamos la historia de aquel hombre necio que quería huir de su sombra. Nosotros sabemos y experimentamos que es necesario morir para vivir. Un himno de la Liturgia de las Horas dice: Comprender que el dolor es la llave santa de tu puerta santa. No llega con mirar y aceptar; es preciso abrazar, amar. Acoger en el corazón todo lo que Tú has permitido, dejarlo en tu corazón, sin pretender entender, y unirme a tu Corazón, Jesús, traspasado por mí en la cruz.
"Felices los que, poniendo su esperanza en la cruz, se sumergieron en las aguas del bautismo." (Autor anónimo. S. II)
"Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas, y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán como paja que arrebata el viento. El Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal." (Sal 1)
Javier y Montse, Comunidade Caná
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