¡Bendito el que viene!
"Digamos también nosotros a Cristo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Tendamos ante él, a guisa de palmas, nuestra alabanza por la victoria suprema de la cruz.
Alfombrémosle el camino, pero no con mantos, sino con los deseos de nuestro corazón, a fin de que, caminando sobre nosotros, penetre todo Él en nuestro interior y haga que toda nuestra persona sea para Él, y Él, a su vez, para nosotros.
Recibe con las manos en alto al que con sus manos ha diseñado tus murallas. Recibe al que, para asumirnos a nosotros en su persona, se ha hecho en todo semejante a nosotros, menos en el pecado.
Glorifica por su misericordia al que viene a nosotros. Desborda de alegría, canta y brinca de gozo. ¡Levántate, brilla, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
¿De qué luz se trata? De aquella que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre. Aquella luz que estaba en el mundo desde el principio, por la cual empezó a existir el mundo, y que el mundo no la reconoció. Aquella luz que vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
¿Y a qué gloria del Señor se refiere? Ciertamente a la paz, en la que fue glorificado Cristo, resplandor de la gloria del Padre, tal como afirma él mismo, en la inminencia de su pasión: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Con estas palabras identifica su gloria con su elevación en la cruz. La cruz de Cristo es, en efecto, su gloria y su exaltación, ya que dice: Cuando yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí."
(De los sermones de S. Andrés de Creta, obispo. Sermón 9)
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