Música servidora de la Palabra
Partiendo del logo de FAMILIAS INVENCIBLES, este logo resume la misión de la música y los músicos en el contexto de los encuentros de verano y en otras ocasiones, incluso fuera del contexto de los encuentros, bien en el día a día, bien en cualquier evento en que participemos.
El logo es deudor, como digo, del de “familias”, sustituyendo la “f” inicial, a la izquierda, por dos líneas curvas que simbolizan las ondas sonoras con las que se expande el sonido, el mensaje de la música. Este mensaje nace de un centro, que es el mismo que en el logo de FFII, un círculo de luz, trasunto de la imagen de Dios como luz del mundo, “sol que nace de lo alto”, centro de la vida de todo cristiano.
Alrededor de ese centro inequívoco se convocan más elementos circulares (“a su imagen y semejanza”): los miembros de la familia, del grupo de personas que contribuye a reproducir el mensaje de Cristo, dispuesto en forma de cruz, símbolo de cristiano que ofrece su vida en la misión (la cruz) que le es encomendada, en este caso proclamar el Evangelio de una forma especial, con un lenguaje diferente, como es el de la música, que llega mucho más lejos y es mucho más universal que cualquier lengua humana, de ahí que las ondas de expansión excedan la altura de la cruz.
La cruz es un símbolo que, en sí mismo, genera mucho espacio a su alrededor, es decir, siempre está abierto a que más gente se incorpore a la misión. También aquí los verdaderos obreros son pocos, los que verdaderamente se entregan son pocos, aunque sea el mismo Creador quien llame. Por otro lado, el símbolo de la cruz siempre acoge, abraza a quien pretende llegar a su centro, a la intersección, donde cobran sentido la horizontalidad de una vida terrenal, y la verticalidad trascendente de la vida eterna prometida en la Resurrección del Hijo del Hombre.
Alrededor del logo, la leyenda está impregnada del dorado del centro. Es decir, los frutos de la misión de un músico reflejan la belleza de Dios, la fuerza de su creación, la delicadeza de su mirada, la desolación del pecado que lo entristece, la melancolía de la vida eterna, la alegría desbordada ante la Buena Noticia, etc. En este sentido, la música, como decían los antiguos, es el lenguaje de Dios (de “los dioses”, decían). La música es capaz de traer por un instante el Reino de Dios al corazón del hombre con un simple acorde, con una sola nota en el momento oportuno, superando así la confusión del Babel en que se convierte nuestro mundo, la zozobra en el mar de nuestra vida tempestuosa, la soledad insoportable de la ausencia de una respuesta de Dios en la travesía de los desiertos de nuestra vida, etc.
Por tanto, dado que la música refleja la luz de Dios, la leyenda del logo es dorada. Sin embargo, es labor constante del músico, del artista —incluso del artesano—, no gloriarse más que en Aquél que es origen de la luz, sin pretender aparecer ante los demás como creador de una luz de la que, en realidad, sólo es vago reflejo. Esta idea, por otro lado, aclara la ausencia de mayúsculas, dado que lo importante no está en la periferia sino en el centro que refleja.
Por último, el logo tiene forma circular, no tiene base. Esta “inestabilidad” surge de la idea de la música como un arte efímero. Por mucho que la queramos “enlatar” y “consumir”, la experiencia musical completa sólo se obtiene los breves minutos, a veces sólo segundos, en que es producida por interprete y escuchada por una audiencia. Durante esos instantes, los interpretes actualizan, por así decirlo, la vocación sacerdotal de cada bautizado convirtiéndose en mediadores entre el Misterio y el Pueblo de Dios que se alimenta de la experiencia emotiva de un lenguaje musical que salva los obstáculos y los prejuicios generados por la corrupción del un lenguaje verbal omnipresente en nuestra vida diaria, incluso en las acciones religiosas, que a veces llega a saturarnos.
Gabriel Ponce - FFII Huelva
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