La llamada irrevocable de Dios
“Porque los dones y la llamada de Dios son irrevocables” (Rom 11, 29)
Me llamo Santiago y nací en el seno de una familia católica. Desde pequeño me educaron (con la mejor de la intenciones y fruto de la fe heredada) en una fe en la que había que ser bueno y rezar mucho para agradar a un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos.
A los catorce años ingresé en el
Seminario porque desde pequeño sentía deseos de ser sacerdote. Allí esa forma
de ver la fe y mi relación con Dios estaba orientada hacia una vida sacerdotal
que buscaba sacerdotes santos (como tienen que ser). Rezábamos, estudiábamos,
asistíamos a retiros mensuales, ejercicios espirituales, hacíamos deporte,
teníamos ratos de ocio y diversión… Pero en el fondo yo estaba actuando movido
por mis propios esfuerzos más que apoyándome en la Gracia de Dios; ésto hizo
que poco a poco me fuera cansando y perdiendo aquella ilusión que tenía desde
pequeño en ser sacerdote…
Acabé yéndome del Seminario,
mintiéndome con muchas excusas para justificar mi dejadez y abandono. Una de
ellas fue que me iba al servicio militar para hacer un paréntesis y tomar
fuerzas de cara a volver al Seminario. Allí estuve destinado como monaguillo en
la iglesia castrense. Se me hizo dura la estancia allí, la soledad (a pesar de
estar rodeado de compañeros). Identifiqué aquello con la idea que eso sería lo
que me esperaba en el futuro si me hacía sacerdote… Un día me puse delante del
sagrario y, muy enfadado, le dije al Señor: ¡Pasa de mí! Y me fui muy enfadado
y triste… Era un figurante en las eucaristías… asistía, ayudaba en las celebraciones,
respondía –que no rezaba-, no comulgaba, la verdad es que me daba igual, sólo
cumplía con mi destino militar de monaguillo… Estaba deseando que terminase mi
cautiverio e irme a mi casa.
Finalizada la mili empecé a llevar una vida en
la que Dios no tenía sitio. Durante unos dieciséis años busqué llenar mi
corazón con todo tipo de cosas que cualquier joven tenía a su alcance, excepto
las drogas –gracias a Dios-, y no porque no hubiera ocasiones para ello. Dios
era irrelevante, incluso me había vuelto en contra de Él. En el fondo, ese
resentimiento hacia el Señor era la manera que tenía yo de desplazar mis
frustración porque no tenía fuerzas para haber respondido a su llamada, me
revelaba, no quería ser sacerdote así, me horrorizaba la soledad, en vez de pedir
su gracia me dejaba llevar por la comodidad y la pereza.
Alguna vez asistía a misa algún domingo,
sentía necesidad de Dios, pero mi pecado y mis heridas me impedían acercarme
más a Dios… “¿cómo me va a perdonar Dios con todo esto que llevo a mis espaldas?
¿cómo me voy a salvar si es para mi imposible ser fiel al Señor? No hay
esperanza posible para mi, soy un caso perdido…” Todo ésto me desanimaba
todavía más.
Sentía que mi vida no encajaba en
medio del mundo, había tenido un par de novietas pero no acaba de sentirme
lleno, no tenía sentido, me faltaba algo. Empecé a buscar y esa búsqueda me
llevó a reencontrarme con un sacerdote que me conocía y empezamos a quedar y
hablar. En una de esas conversaciones recuerdo que le dije si a lo mejor no
debería retomar el tema sacerdotal que era algo que me ilusionaba de pequeño y
que aún estaba ahí, que a veces me lo planteaba. Su respuesta fue que lo
primero que tenía que hacer era tener relación con el Señor, eso era lo más
importante, que no corriera, que a lo mejor no era lo mío porque estando
alejado de Dios era difícil poder pensar que Dios me llamase al sacerdocio…
Empezamos a vernos con más frecuencia para
charlar, me habló de la Renovación (ya conocía por un grupo de Coruña, cuyo
nombre no recuerdo, al que había conocido por una convivencia que habíamos
organizado en su parroquia y habíamos coincidido con ellos… si recuerdo que me
habían parecido una “panda de chiflados” –fruto de la soberbia espiritual que
yo padecía- en otra ocasión haciendo un vía crucis al Monte Xestoso, en Moaña, los
del Grupo de Oración de San Martiño habían llegado antes que nosotros y cuando
nosotros estábamos llegando a la cruz nos aplaudían y estaban cantando con
guitarras y pensé para mi: ¿pero ésta gente tiene idea de lo que significa un
vía crucis? ¿porqué narices nos aplauden?... Vamos que mi concepto de la
Renovación no era muy positivo que digamos… Me creía superior y hasta me reía
de sus miembros, ¡pobrecitos, están chiflados!
Intentaba llevar una vida cristiana
pero no acaba de arrancar, hablaba con este sacerdote él me escuchaba todas mis
tribulaciones, me animaba a confesarme y acercarme a Dios, pero en el fondo yo
no me dejaba ayudar del todo, quería pero no podía, había heridas internas que
necesitaban ser curadas pero yo me resistía a ser ayudado, esas heridas eran
más fuertes que yo y no me dejaban acercarme a Dios y pedir que me sanase y me
perdonase. En el fondo el no aceptarme tal y como yo era, mi concepto de Dios
exigente y justo hacían que me entristeciera y no acabara de dejarme sanar.
Un día me invitó a que asistiese a
una Asamblea de la Renovación, hasta el sábado no nos acercamos al parque de
atracciones a coger las acreditaciones (a todo esto no habíamos reservado nada
con lo que podría ser que no tuviéramos ninguna posibilidad de entrar, pero sí,
sí había acreditaciones)… Entramos, la verdad es que estaba cortado ¿qué hacía
yo allí en medio? Intentaba rezar, hacerme pasar por uno más… Menudo rollo que
estaba soltando un fraile todo vestido de blanco, que decía que era del Real
Madrid, a mi que soy culé, ya me empezaba a brotar la soberbia que llevo
dentro, que si niveles de evangelización que no recuerdo cuáles eran… después
eucaristía… recuerdo que me daba mucha vergüenza el hecho de que no podía
comulgar porque no estaba en gracia de Dios, y para no pasar vergüenza en el
momento de la comunión me fui a esconder en el cuarto de baño… Más enseñanzas,
yo allí cansado, aburrido… Por la tarde lo de la Alabanza con cantos y bailes
de aquí para allá me cabreó sobremanera, recuerdo una canción sobre un tren… y
yo perplejo me decía: ¡pero si ya lo sabía, si estos tíos están chiflados!¡si
es que soy tonto!... Creo que la cara de mala leche que le ponía al que esta mi
lado (cuando estaban cantando lo de
Resucitó yendo y viniendo de derecha a izquierda) no se le pudo olvidar
en la vida, esa cara en plan si te acercas a mi te la cargas… de hecho el pobre
solo podía alabar al Señor hacia su izquierda, pues hacia su derecha me tenía a
mi cabreado y con ganas de largarme de allí y de que no me tocaran las narices.
Acabada la Alabanza vino la
Adoración... Tras el numerito anterior, mi sentimiento era, bueno a ver si pasa
y nos vamos por donde hemos venido que
ya he tenido bastante. Pero, al final, acabé la Adoración postrado ante Jesús,
dándole gracias por ese día.
Después de aquella experiencia, empecé a asistir a misa los domingos, un tanto a escondidas; me daba vergüenza
en casa que supieran que iba a misa, procuraba quedar más con mi amigo
sacerdote para charlar… pero todavía quedaban cosas en mi interior que sanar,
cosas que me impedían acercarme del todo al Señor y sobre todo recibirle… , lo
mío era como el Guadiana, que aparece y desaparece, mi trato con el señor
estaba marcado por mi falta de esperanza y de fe. Pasó un tiempo y el Señor me
dio la Gracia de la valentía para confesarme, reconocerme pecador y reconciliarme
con él…
Fue
un momento de una gran alegría, a partir de ahí pude recibir al Señor con más
frecuencia, y empezar a tratar de discernir mi futuro como sacerdote arropado
por un grupo de sacerdotes, con una dirección espiritual frecuente, y por la
oración de mucha gente querida que sabía que estaba en este proceso de
discernimiento.
En todo este tiempo estaba
pidiéndole al Señor fuerzas para caminar, que yo no podía, le decía que me
sanase de todo aquello que me apartaba de Él… tenía miedo a la soledad, en la
oración fui descubriendo que no tenía que tener miedo… y me empecé a sentir
lleno de paz.
Con la oración y el acompañamiento
espiritual fui teniendo más claro cada día estas palabras: “No temas, el Señor es el dueño de tu soledad
y tu vida, Él toma tu Soledad por ti”, en ese momento descubrí que aquello era
así, no estaba solo, el Señor me hizo ver que él tomaba mi soledad por mi, ahora
SÉ que está vivo y resucitado y que ha actuado en mi vida que es mi Señor y mi
Salvador, y que con la ayuda de su Gracia todo lo puedo, que Dios tiene sus
tiempos. Al final de este proceso he tomado la decisión de volver al Seminario,
muy contento y por ello puedo decir: ¡¡¡GLORIA
A DIOS!!!
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