¡Ven, Espíritu Santo!
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada perla!
¡Oh mano blanda!
¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!;
matando, muerte en vida la has trocado
¡Oh lámpara de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores,
calor y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!
San Juan de la Cruz
(fotos Miguel Castaño)
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