“¡Señor mío y Dios mío!”
“En aquel tiempo Jesús iba hacia Jerusalén, marchando a la cabeza”. El de Jesús es un camino que sólo podrán recorrer con ramos de fiesta quienes hayan visto las obras de Dios. Los discípulos de Jesús “se pusieron a alabar a Dios por todos los milagros que habían visto”. Jesús marcha a la cabeza, va delante, y los discípulos, en aquel hombre que los precede, ven, entera y asombrosa, una historia de gracia de la que han sido testigos, un ayer de gozos inesperados, de luz en ojos ciegos, de palabras en lenguas trabadas, de sonidos estrenados en oídos cerrados, de pureza en la lepra, de mesa de Dios para hijos perdidos y pecadores perdonados.
Los discípulos dicen: “¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!”; lo dicen mirando a quien los precede; lo dicen recordando lo que han vivido con él.
Hoy también tú, comunidad creyente, te sumas a la masa de los discípulos, aclamas con ellos a tu Señor, gozas mirando al que te precede, porque recuerdas lo que has vivido con él: recuerdas la claridad de su luz en los ojos de tus hijos el día de su bautismo, el milagro de la palabra haciéndose revelación en tus oídos, bendición en tu lengua, jubileo en tu corazón; recuerdas la abundancia de la mesa a la que fuiste invitada por él, y en la que comiste con el Señor el pan de la vida, el vino de la salvación; recuerdas su vida entregada para tu vida, recuerdas su resurrección gloriosa, que es fundamento y certeza de tu resurrección; recuerdas y aclamas: “¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo alto!”
Tú sabes, Iglesia amada del Señor, que no recuerdas cosas que pertenecen al pasado, sino realidades que forman parte de presente. Hoy celebras la eucaristía; hoy escuchas palabras que llegan como un fuego a lo más hondo de ti misma: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía… Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros”. Hoy contemplas al que te precede y recibes su cuerpo entregado y entras en la Alianza sellada con su sangre. Y mientras recibes al que se te da y entras en la dicha de la Alianza nueva y eterna, contemplas el misterio de la cruz de tu Señor, en la que todo se consuma, todo se perfecciona, todo se hace definitivo.
“¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!” “¡Señor mío y Dios mío!”
+ Fr. Santiago Agrelo,Arzobispo de Tánger
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