¡Explícame a Dios!
Principio del Evangelio de Jesucristo
según… la alegría
“… La boca
se nos llenaba de risas la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían: El Señor ha estado
grande con ellos.
El Señor ha
estado grande con nosotros, y estamos alegres.”
(Sal 125,2-3)
Tengo necesidad de tu alegría.
Hermano, el “servicio”
más grande que espero de ti es el de la alegría.
La alegría de los
superficiales, de los oportunistas, de los mediocres, de los ricos, de los
esclavos de las apariencias, de los vanidosos, ya la conozco. Sé lo que es.
Tengo necesidad de la alegría de una persona que se ha
jugado su vida por el Señor. Esa me
interesa. Tengo que descubrirla. Necesito
conocerla de cerca, mirarla a la cara, aprenderla.
No la escondas, por
favor.
Si posees en verdad
esta alegría, no la enmascares. Cometerías un robo. Nos privarías de algo a lo
que tenemos derecho.
Empieza por el saludo.
No aquel saludo dicho entre dientes, una especie de murmullo.
Quiero un saludo
claro, alegre, que sea de verdad una felicitación amigable. Dicho con cara
sonriente, que exprese la alegría del encuentro con un hermano.
Y con la cabeza
alta, si no te parece mal. ¿No has elegido aquel Dios que según la expresión de
un salmo, te hace “alzar la cabeza”?
Recuerdo que una vez
te pregunté por qué os levantabais tan pronto por la mañana. Me respondiste sin
el más mínimo titubeo, enumerándome varias “prácticas de piedad” que teníais
que hacer: laudes, misa, comunión, meditación. “Ahí es donde encontramos la
fuente para nuestra jornada”.
Ahora al verte inmediatamente
después, quisiera preguntarte: ¿y por qué no la fuerza de una jornada serene,
luminosa, alegre?
Si te veo enfadado,
agrio, hiriente, estoy autorizado a pensar que has recibido la fuerza para una…
tormenta, no para un día sereno.
Y no olvides que
hace falta más fuerza para mantenerse en regla un día con sol, que para
gobernarse en un día de negros nubarrones.
El esfuerzo exterior
es mucho más grande, más comprometido. La ascesis de la alegría es mucho más
ardua que la del enfado.
La penitencia de tu
sonrisa resulta más difícil y más sangrante para el amor propio… que la del
enfado.
El cilicio de la
serenidad se clava sobre nuestra carne rebelde mucho más que el de la borrasca
y del humor negro.
Intenta ser un
penitente de la alegría.
Ama las
mortificaciones de la sonrisa.
Dedícate a las
maceraciones de la alegría.
Elige los ayunos de
la felicidad.
Tengo necesidad de tu alegría, hermano.
Muéstrame a Dios con
tu alegría.
No me interesa saber
lo que es Dios en sí mismo. Cualquier libro puede darme nociones suficientes a
este respecto.
Tengo ganas de saber lo que es Dios en ti.
Qué provoca en ti. Qué sensación produce
Dios en quien vive únicamente para él. Cómo le transforma. Qué llega a ser
gracias a Él.
Me
urge descubrir lo que sucede cuando Dios llena completamente una vida. Cuando
ocupa por completo el corazón, pensamientos, acciones, sentimientos, voluntad,
fuerzas. Cuando se posesiona de una manera absoluta de una persona.
Hermano, tu alegría es para mí, la señal
de la presencia de Dios en tu vida.
Tomás
exigía las señales de los clavos, de las heridas.
Yo
me empeño en exigir las señales de una vida llena de alegría.
Tomás
se quedó parado en el viernes santo.
Yo,
todavía más incrédulo, quiero llegar hasta la mañana de Pascua.
El
Calvario me ha convencido. Tengo ya pruebas de tus desprendimientos, de tus
renuncias.
Ahora necesito las pruebas de lo que has
ganado, de lo que has encontrado. Las
pruebas de tu resurrección, de tu transfiguración.
No
dudo de tu “muerte” en Cristo. Me hacen falta las señales de tu “vida” en Él.
Así
pues, ¿aceptas este servicio de la alegría?
A
tu alrededor existen innumerables Tomás que, si no ven, no creen. ¿Quieres
ayudar a nuestra poca fe?
¿Quieres explicarnos
el catecismo de la alegría quizás iniciándole con el abecé de la sonrisa?
En una palabra, ¿te atreves a “explicar” a Dios con tu
alegría?
Alessandro Pronzato
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