Llamado/a por tu nombre
La Iglesia existe para evangelizar hasta los confines de la Tierra. Esta es su misión, su sentido primordial, y no mantener el consumo de cultos. Sin embargo, hay países -como el nuestro, sin ir más lejos- en los que los recursos humanos y materiales no están enfocados fundamentalmente a esta misión, sino a sostener, muy a duras penas, lo que tenemos: instituciones, comportamientos, lenguaje, dinero, tiempo, formación, delegaciones, cargos... orientados a gestionar la decadencia.
Se trata de salir, sí; pero no para buscar gente con la que volver a llenar los templos. Se trata de salir para quedarse fuera, donde está la gente, a la intemperie, en pequeñas comunidades de discípulos misioneros en camino, viviendo en el Espíritu... al estilo de los Hechos de los Apóstoles. Hijos Pródigos llamados a ser como el Padre Misericordioso, entregando la vida entera por amor.
No hay revelación conocible fuera de la vida y el testimonio de quienes la transmiten. Lo que testimonia quién es Dios y el sentido de la revelación es la vida de los cristianos. Porque el cristiano no se define meramente por lo que cree sino por cómo vive aquello que cree. Esto es lo que decía Kierkegaard, un cristiano danés del siglo XIX: “La tontería en la que vivimos -como si fuera ser cristiano- no es en absoluto lo que Cristo y el Nuevo Testamento entienden por ser cristiano. Creer es aventurarse tan decisivamente como sea posible para un hombre, rompiendo con todo lo que él naturalmente ama, para salvar su vida, rompiendo con aquello en lo que naturalmente tiene su vida.”
0 comentarios