Derramaré mi Espíritu aquel día - EL ACONTECIMIENTO
A Jesucristo no lo encontramos en un razonamiento, idea, imagen o sentimiento ni en ninguna cosa que lo limite o esté muerta.
Sin el Espíritu no se ve nada
Es fascinante descubrir cómo, según va emergiendo la figura de Cristo, la experiencia del Espíritu se va ocultando en un segundo plano. Te das cuenta de que el Espíritu actúa como los focos que iluminan de noche la torre de la catedral. Lo que se trata de ver no son los focos sino la catedral, que es sacada de la oscuridad por la luz de los reflectores. Se te muestra que todo es por él, con él y en él, aunque sin el Espíritu no se vea nada. Va tomando protagonismo la humanidad de Jesucristo, una humanidad unida en su subsistencia personal con la divinidad, pero totalmente humana en su naturaleza. Gracias a que tu salvación viene por la humanidad de Cristo, no te aliena el amar a Dios ni te saca de la encarnación, ya que la realidad se hace realísima en el cuerpo de carne de Jesús. El Espíritu te da como una especie de querencia y dilección por esta santa humanidad en la que te encuentras tú como hombre.
A Jesucristo no le encontramos en un razonamiento
Para adentrarse cada vez más y más en la humanidad de Cristo el encuentro tiene que convertirse en un acontecimiento vivencial. A Jesucristo no lo encontramos en un razonamiento, idea, imagen o sentimiento ni en ninguna cosa que lo limite o esté muerta sino en una cosa viva que percibimos en nuestro interior como acontecimiento o evento. El acontecimiento añade algo al encuentro. Teóricamente, yo podría encontrarme con una persona, incluso con Cristo, sin que ocurriera nada. Por eso, el acontecimiento añade al encuentro el cambio, la novedad, la alegría. Debido a ese encuentro han pasado cosas en mí que han cambiado mi vida. Lo que ocurre en mi interior viene de fuera pero me afecta interiormente.
El acontecimiento de Cristo siempre genera gozo, es festivo
Además de lo dicho el acontecimiento añade al encuentro puntos reales y fijos de contacto. Jesucristo tiene que acontecer en nosotros en una relación viva y personal generada por un evento externo. El acontecimiento de Cristo con cualquiera de nosotros, provocado por el Espíritu, aunque sea doloroso siempre genera gozo y es festivo porque la muerte ya ha sido vencida.
Para mí Jesucristo acontece en mi pecado e impotencia
Nos imaginamos que el mejor acontecimiento con Cristo sería mediante una aparición como a la Magdalena. Sí, pero se trata de acontecimientos de fe. Para Teresa de Calcuta, Jesucristo acontecía en el moribundo que recogía por las calles. Para mí Jesucristo acontece en mi pecado e impotencia. Ahí le experimento como mi justicia y mi salvación. Se me hace real por medio de los dones con los que el Espíritu me revela la entrega de Cristo por mí. Otra de las ocasiones donde más acontece Cristo para mí es en el momento de la epíclesis. Como sacerdote, cuando impongo las manos sobre la oblata, es decir, sobre el pan y el vino, y digo: Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad. Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu para que sean cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, siento la presencia real de Jesucristo en el altar. Finalmente, el acontecimiento de la comunidad, donde se comparten fuertes experiencias del Espíritu, engendra en mí una cercanía especial del Señor.
Era forastero y me acogisteis
San Mateo, en su capítulo 25, 31ss, nos relata una serie de casos en los que Cristo acontece de una manera muy especial: Tuve hambre y me disteis de comer; sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; en la cárcel y vinisteis a verme. Éstas son grandes ocasiones en las que acontece Cristo. No se trata de que todos hagamos todo, pero sí de que tengamos preparada el alma para que Cristo acontezca en nosotros donde el Espíritu Santo quiera.
Chus Villarroel, O.P.
Cristo, mi justicia. En Cristo estamos salvados.
Editorial Edibesa
Colección Vida y Misión
ISBN 84-8407-707-1
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