Cantar VICTORIA: la gracia es más fuerte que la desgracia
Vamos
a contemplar a Pablo y Silas en Filipos. Esta es la historia narrada en los Hechos
de los Apóstoles:
"La gente se amotinó contra ellos; los pretores les hicieron arrancar los vestidos y mandaron azotarles con varas. Después de haberles dado muchos azotes, los echaron a la cárcel y mandaron al carcelero que los guardase con todo cuidado. Este, al recibir tal orden, los metió en el calabozo interior y sujetó sus pies en el cepo. Hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios; los presos les escuchaban. De repente se produjo un terremoto tan fuerte que los mismos cimientos de la cárcel se conmovieron. Al momento quedaron abiertas todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos. Despertó el carcelero y al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó la espada e iba a matarse, creyendo que los presos habían huido. Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, que estamos todos aquí.» El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los pies de Pablo y Silas, los sacó fuera y les dijo: «Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?» Le respondieron: «Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa.» Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. En aquella misma hora de la noche el carcelero los tomó consigo y les lavó las heridas; inmediatamente recibió el bautismo él y todos los suyos. Les hizo entonces subir a su casa, les preparó la mesa y se alegró con toda su familia por haber creído en Dios." (Hch 16, 22-34)
Dos
hombres encarcelados injustamente, sometidos a cadena, en lo profundo de un
socavón en lo profundo de la noche... ¡Es una suma de desgracias! Lo natural sería
maldecir, prometer venganza, manifestar ira; pero este par de locos por Cristo
lo que están haciendo es alabar, cantar... En medio de la noche, en medio de su
desgracia, cantan la gloria de Dios, proclaman la gracia. Y la proclamación de
la gracia... ¡supera la desgracia!
La
desgracia es como una losa, como una roca fría e indiferente a nuestro dolor. La
desgracia nos aplasta y, con ello, quiere aplastar nuestra voz. Pablo y Silas
no dejan que se aplaste su corazón, que se ahogue su voz. En lo profundo de la mazmorra,
mantienen viva su alabanza, su voz para proclamar la gracia... ¡Y la gracia
resulta más fuerte que la desgracia!
Cuando
las cosas salen al revés, cuando tenemos encima la losa de la indiferencia...
nos dejamos encerrar. Le hacemos el juego al mundo, al Enemigo que lo que
quieren es que se calle nuestra voz. La manera de vencerles es no callarse, es
seguir proclamando aún en la peor, en la más injusta de las situaciones... seguir
proclamando quién es el Señor. “¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado
en el trono, y del Cordero!” (Ap 7, 10)
María es
nuestro modelo de discípula misionera. Ella nos enseña a no estorbar la acción
del Espíritu, no atascar el canal, agrandar el sí... para reventar prisiones,
para que la gracia supere a la desgracia, para dejar a Dios ser Dios.
La
música y el canto son un camino privilegiado para llevar a las personas a encontrarse
con Jesús. Son instrumentos que, usados por el Espíritu, tienen un gran poder
evangelizador: hacen presente a Jesús en el corazón de quien escucha.
No ha
habido -quizá- en la historia de la Iglesia un servicio musical más pobre y, al
mismo tiempo, con mayor poder evangelizador que el de aquella prisión. A la luz
de esta Palabra, reflexionemos sobre el fruto que producen nuestras ejecuciones
musicales (incluso las más esmeradas). El Espíritu Santo es la clave:
"Recibiréis la fuerza del Espíritu y seréis mis testigos... hasta los
confines de la Tierra" (Hch 1, 8).
La
música es un excelente medio para comunicar lo más precioso que tenemos: Jesucristo.
Es la forma de expresión que se cuela más fácilmente en cualquier ambiente o
lugar; los discursos cansan, pero la música conserva esa capacidad de
"enganchar" a personas de todas las edades y condiciones.
Nuestra
música, nuestros cantos -como los de Pablo y Silas- han de transmitir quién es
Dios para nosotros y qué ha hecho por nosotros. Deben reflejar una vida
transformada por el poder de Dios, de un Dios vivo y verdadero; y suscitar sed
de vida, de verdad.
La
música y la experiencia de Dios viven juntas, porque la música es lenguaje de Dios.
Los cantos tienen la propiedad de la perennidad; son profecías vivas que no
mueren. La música permite la evocación de la acción de Dios en todo momento y
circunstancia. La revelación de Dios, su palabra, su acción... llega mucho más
lejos en el tiempo y el espacio cuando viene cantada, “musicada”; en cualquier
momento o lugar podemos ponernos a cantar y tocar, a evocar la gracia vivida o
abrirnos a la gracia nueva que Dios nos quiere dar. La música se pone al
Servicio de la Palabra para regar la tierra y hacerla germinar.
A través de la música “tocada” (ungida) por
Dios cayeron las murallas de Jericó, fueron libres de la cárcel Pablo y Silas,
se convirtieron el carcelero y su familia; a través de la música que el
Espíritu Santo componga, cante o interprete por medio de ti, muchos creerán en
su Palabra y alcanzados por Jesucristo, el único Salvador.
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