Denominación de origen
"Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (Gn 2, 24)
Esta Palabra aparece en la Biblia cuatro veces. La primera, en el libro del Génesis. Al principio, "la Tierra era algo caótico y vacío, las tinieblas cubrían la superficie del abismo, mientras el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas". Entonces, Dios, con su Palabra, creó la luz, el firmamento, el suelo y el cielo, las plantas, los animales... Y vio que todo era bueno. Dijo entonces: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Algo distinto iba a surgir, porque no utilizó su Palabra creadora; tomó barro y, con sus manos, formó al hombre y luego a la mujer. Y viendo Dios que todo era muy, muy bueno, los bendijo diciéndoles: "Sed fecundos y multiplicaos".
Si abrimos nuestro corazón a este relato de la creación, sentiremos la mano del Dios creador que ama todo lo que ha hecho: "Pues si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿ cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas Tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida" (Sb 11, 25-26). Todo lo creado... Dios lo pone a disposición del hombre y la mujer. Y, a continuación, viene esta "sentencia fundacional" que sigue estando aún hoy de plena actualidad:
"Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (Gn 2, 24)
Se trata de una afirmación sencilla y fácil de entender. Y, a la vez, sumamente profunda: la "denominación de origen" del matrimonio cristiano, el proyecto de Dios -desde el Principio- sobre la pareja humana. Es, por otro lado, como una fuente en la que podemos beber todos los matrimonios, tanto los recién casados como los que llevan diez, veinte o más años. La Palabra de Dios es siempre actual, viva y eficaz.
Está definición tiene tres partes:
Dejará... Empieza la frase con el verbo dejar. Toda vocación cristiana, sea a la vida consagrada o al matrimonio, exige un dejar. Este "dejar" es el precio de la felicidad; la exigencia para iniciar una nueva vida, para poder hacer el camino ligeros de equipaje, sin ataduras que hipotecan la vida matrimonial El "dejar" del principio es fácil de ver; pero, en el camino, la vida familiar va a exigirnos continuas renuncias, cosas que debemos estar dispuestos a dejar... Todo para construir, para crecer, para realizar el plan de Dios y que Él pueda seguir diciendo que todo es bueno.
Se unirá su mujer, a su marido. Es esta la tarea de toda una vida: la tarea de la comunión. En ella debemos empeñarnos. Hay en el interior de la persona dos fuerzas contrapuestas... Una nos invita a la comunión, la comprensión, la cercanía, la aceptación del otro tal como es, la compasión y la ternura. Es el Espíritu de Dios que aletea desde el principio. La otra fuerza nos invita al enfrentamiento, la división, la posesividad, el autoritarismo, la rivalidad, la condena al otro. Es el espíritu del Mal.
Cada matrimonio que trabaja y conquista esta unidad, aún en medio de dificultades e imperfecciones, representa el triunfo del bien sobre el mal, el triunfo de Dios que hace su obra en nuestro barro. Él realiza con cada matrimonio una obra de arte que es contemplada por el mundo como un milagro.
Serán una sola carne. En el sacramento del matrimonio, la forma es el consentimiento de los novios, las palabras del compromiso, el "sí, quiero"; y la materia es la persona total de los esposos, la unión de sus cuerpos hecha realidad sagrada que sella definitivamente el compromiso asumido el día de la boda. Hacerse una sola carne forma parte del proyecto maravilloso de Dios para un hombre y una mujer.
Estas tres acciones -dejar, unirse y ser una sola carne- son los pilares de una unión sólida y duradera. Al acompañar a cada pareja o matrimonio, vemos su "cojera" o fragilidad en alguno de estos "vértices" del triángulo. Dejar es el primero, pero imprescindible para avanzar hacia el segundo, que es unirse; para unirnos como matrimonio tenemos que dejar lo que nos paraliza o nos esclaviza, y ser libres para amar al otro. En la tarea de unirnos, en la intimidad, vamos pasando de ser hijos a ser esposos... Y este amor culmina con la entrega de nuestros cuerpos que dicen "sí" al amor exclusivo y fiel -a la vez que concreto y cotidiano- al esposo/a.
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ORO:
Bendigamos a Dios por la gracia poderosa del Sacramento del Matrimonio y pidámosle que Él siga a nuestro lado actualizando esta gracia, afirmando en nuestro corazón la certeza, cada vez más profunda, de que con Jesús podemos superar las pruebas y dificultades que aparecen en nuestro caminar juntos.
¡Derrama en nosotros, Señor, la alegría de esta vocación a la santidad: ser matrimonio cristiano!
REFLEXIONO:
¿Vivo mi vida matrimonial bajo la gracia de Dios o intento salir adelante solo con mis propias fuerzas?
¿Qué luces y alegrías encuentro en mi vida matrimonial? ¿Qué sombras hay en ella? ¿Hablamos de nuestras sombras para así avanzar juntos?
Montse y Javier - Comunidade Caná
1 comentarios
Muy buena lectura muchas gracias. Siempre es grato dar lectura de algo asi, la denominación y el significado
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