Dios es... ¡gratis!
¡Para Ti toda mi música, Señor! ¡Para Ti toda mi música! Así oramos con el Salmo 100 en las Laudes del martes de la cuarta semana: “Voy a cantar la bondad y la justicia, para ti es mi música, Señor; no pondré mis ojos en intenciones viles”. Si has sido llamado/a a servir al Señor por medio de la música y el canto, lo primero y fundamental que precisas es un espíritu humilde, un corazón quebrantado y humillado. Abre tu corazón, escucha Su voz, la voz de Dios... y deja que tu vida sea una alabanza de su Gloria.
Lo sublime: la bondad, la verdad, la belleza, no es algo etéreo, indeterminado, difuso. No es una energía o como una síntesis de todo. ¡Es Él! ¡Tiene rostro! ¡Tiene vida… y vida humana: Jesucristo se ha acercado a nosotros y nos ha acercado a la vida de Dios! Amor es nombre de persona: la Tercera Persona Divina se llama "Amor". Amor es el nombre propio del Espíritu Santo, Señor y Dador de vida. El Espíritu me descubre que mi vida espiritual no es una conquista que yo hago. El Espíritu Santo me revela a Cristo, Dios y hombre. Al hombre Cristo Jesús, mediador entre Dios y los hombres; camino, verdad y vida. Me revela que ese hombre, Jesús, elegido del Padre, ha muerto por mí, me ha redimido en su cuerpo de carne. Si crees esto y lo proclamas… ¡estás salvado! “Por pura gracia estáis salvados” (Ef 2, 5).
Quizás hasta ahora has hecho de la salvación una cuestión de obras, de ser bueno, de portarte bien… No, hermano, hermana: la obra que Dios quiere es que proclames a Jesucristo. Esto es lo que hace feliz a Dios. Actos buenos se hacen en todas las religiones. Lo específico de la nuestra es Jesucristo. Amarle, identificarse con Él y proclamarle a Él: esta es la esencia del cristianismo. Dice Rom 10, 17: “La fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la Palabra de Cristo”.
Si con tu música, con tu canto, anuncias a Jesucristo y proclamas que ha muerto y resucitado, y que en Él se encuentra la explicación y la plenitud del universo entero, das la mayor gloria posible a Dios. Exulta, pues, con Francisco de Asís: ¡El sentido de mi vida es cantarle y alabarle! Dios me ama a cambio de nada, me ama sin más; me amará siempre a pesar de los pesares. “Si somos infieles, Él permanece fiel porque negarse a sí mismo no puede” (2Tim 2, 13). Con mi oración, con mi canto, no podré pagar siquiera un gramo de su amor, porque hasta el canto que llamo mío es, en realidad, un regalo suyo: Dios mismo es quien canta en mí. Todo es don suyo, porque de Él, y por Él, y para Él… son todas las cosas.
Javier de Montse - Comunidade Caná
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