Palabra, silencio y música
Desde la resurrección de Jesús, los cristianos “perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y sus hermanos” (Hch 1, 14). Cuando los cristianos nos reunimos para orar, se manifiesta la fuerza de Dios a través del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones... y se hacen visibles sus frutos. La oración comunitaria nos edifica y crea relaciones fraternas más sólidas, porque compartimos una misma fe.
En toda asamblea litúrgica o reunión de oración ha de existir un equilibrio entre la palabra, el canto y el silencio. De este último, dice Fernando Palacios, un gran pedagogo musical: "En música, él es el rey; todos acatan su ley". Es verdad, el silencio da sentido y valor al canto y a la palabra. El silencio es, por un lado, un momento específico de la celebración; pero, por otro, es también una cualidad de la celebración, una realidad espiritual en donde la palabra y la música encuentran un ambiente propicio y eficaz. Dice L. Deiss: "El silencio no hace ni crea una celebración litúrgica. Los cristianos no nos reunimos para saborear juntos un silencio comunitario logrado a la perfección. Sin embargo, toda celebración debe dar lugar al silencio y se trata de un elemento de primera importancia".
A veces, nos piden preparar o animar alguna celebración comunitaria: Vigilia, Acto penitencial, Adoración, Vía Crucis, Acto mariano, un tiempo de oración con jóvenes, una oración con catequistas... Todos estos momentos son de oración comunitaria. En algunos de ellos, la estructura ya está fijada y solo tenemos que darle vida, unción, avivar el don de piedad y que no sea una oración leída. En otros actos, debemos crear una estructura. El objetivo siempre es buscar que no sea una oración personal vivida en un templo con otros, estando juntos corporalmente pero lejos espiritualmente, sino que sea una verdadera oración de la comunidad creyente.
Recordamos que hay 3 elementos -como tres pilares- sobre los que construimos la oración comunitaria: palabra, silencio, música. Vamos a detenernos en la importancia de la palabra... La oración debe empezar con una motivación o exhortación: unas palabras del animador que nos ayuden a situarnos en lo que vamos a vivir. Son importantes estas palabras, porque ayudan a que nos sintamos incluidos, y no excluidos: ¡Ah, esto es de este grupo, aquí todos saben de qué va esto! En un acto comunitario: todos tienen que sentirse ACOGIDOS, sentir que todos vamos a ser participantes y no espectadores. Y estas palabras deben transmitir que lo que vamos a vivir es un encuentro comunitario con Dios.
La Palabra de Dios debe ser el centro de la oración. Ella es la fuente. Es muy importante elegir bien esta Palabra; incluso pueden ser varias, para que pueda ser como semilla que cae sobre el grupo. Esta Palabra no es leída, sino proclamada, y después necesita un silencio en el corazón y un “eco”: volver a leer algunos versículos, para que vayan abriendo nuestros corazones. Es Palabra viva, espada que entra en nuestra alma y nos da vida. Para discernir esta Palabra se tendrá en cuenta el tiempo litúrgico y el sentido de la oración: celebrativa, penitencial, etc.
Otro momento que debe quedar claro es la participación espontánea de los asistentes al encuentro de oración. El que dirige debe motivar este momento, dar paso, impulsar. Pueden sucederse momentos de alabanza, de eco sobre el salmo, de peticiones, de acción de gracias... Así, vemos que hay una relación íntima entre la PALABRA y nuestras palabras. Nuestras palabras pobres deben ayudar a entenderle a Él, a mirarle a Él, a acogerle a Él. Y hacernos sentir un pueblo unido que reza como un solo cuerpo. No son oraciones personales simplemente, sino que somos Su pueblo.
El que anima la oración debe estar atento para ver si son necesarias otras indicaciones breves y precisas, que no rompen en ningún momento el ambiente de oración sino que son ayuda para todos. Estamos haciendo la función que hacen los perrillos que ayudan al Pastor a recoger a las ovejas y que no se desvíen. Pero las ovejas no se quedan mirando al perrillo, miran al Pastor. Y nunca hacernos protagonistas. Debemos evitar meditaciones largas o teóricas.
Recapitulamos, pues, cuatro momentos en los que la palabra es importante:
- Inicio de la oración, saludo, motivación, instrucciones.
- Palabra de Dios proclamada.
- Momentos de participación espontánea.
- Otras indicaciones que pueden ser necesarias para promover signos, posturas corporales y dar más cohesión a la oración comunitaria.
El Espíritu Santo se derrama en la oración del pueblo y se manifiesta en sus frutos: unidad, armonía, amor fraterno, paz, alegría... “Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 19-20).
Javier de Montse - Comunidade Caná
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