Música para curar
La música y el canto actúan como lo que podríamos llamar un "catalizador espiritual". En química, un catalizador es una sustancia en presencia de la cual otras reaccionan, es decir, se combinan con mayor facilidad y rapidez. De modo semejante, la música ungida por el Espíritu potencia otras manifestaciones del mismo y único Espíritu, como la profecía, la palabra inspirada, la sanación o la curación interior. Unas veces el canto prepara, limpia, crea un silencio profundo en la asamblea para que el Señor pueda ser escuchado; otras, es el mismo canto el que contiene el mensaje profético, la Palabra del Señor.
El canto también es usado por el Señor para tocar nuestros corazones, para derramar su amor en heridas que, a veces, ni siquiera conocemos pero que nos atenazan interiormente. Y así el Espíritu entra en lo más profundo de nosotros y nos sana interiormente, utilizando la música para llevarnos a la conversión, a la reconciliación, a la paz.
Quien no haya vivido todo esto no podrá apreciar como es debido los dones y carismas del Espíritu. Sólo cuando se tiene experiencia del modo como el Espíritu Santo actúa en muchas ocasiones, se puede empezar a reconocerlo y apreciarlo. Domingo Bertrand, jesuita francés, dice: "El Espíritu Santo es desconcertante. Tan desconcertante que quien no se haya desconcertado frente a su acción, es porque no lo conoce".
Dice un proverbio persa que "la influencia de la música sobre el alma radica precisamente en potenciar aquello que encuentra" (Hossein Nasr, Seyyed). El destacado psicoterapeuta Josep Martí hace esta reflexión:
«Desde un punto de vista vivencial, la música es mucho más que la pieza musical en sí, es decir, que el estímulo sonoro. Esto que denominamos la experiencia musical en una situación concreta es el resultado de la combinación interactiva de diversos elementos: el producto musical en sí, el contexto y el mismo individuo. Pero además, por lo que se refiere al individuo, hay tres aspectos que también resultan determinantes en la relación que en un momento dado se produce entre la persona y el estímulo musical: su disposición anímica, su propia historia musical y su grado de expectativas.
El contenido ritual en las prácticas musicales es siempre muy importante. Música y ritual se encuentran íntimamente amalgamados. El hecho de tener en cuenta los comportamientos rituales resulta imprescindible para conocer la significación de los acontecimientos musicales. Hay acciones que hacen cosas y acciones que dicen cosas. Y los rituales dan sentido o, más bien, otorgan un determinado sentido a las manifestaciones culturales que acompañan. La música, como cualquier otro producto de la cultura, tiene una doble dimensión: la fáctica y la simbólica. La fáctica se corresponde con el valor que se le otorga por lo que es. como realidad física. El valor simbólico es aquel que se le adscribe por aquello que representa y que se expresa mediante el ritual» (ANTROPOLOGÍA y MUSICOTERAPIA - Contribuciones de la antropología de la música a la musicoterapia. Josep Martí Pérez, PhD).
Algunos terapeutas, como Nordoff Robbins -que habla de «ser en la música»- o Priestley -que ha profundizado sobre lo que llama «música interna»- llegan a afirmar que no simplemente escuchamos o hacemos música, sino que «somos» música: lo que una persona canta, toca o disfruta escuchando «es» la persona misma, se asienta sobre una matriz sonora inconsciente.
En este sentido, destacan lo nuclear de la música en la persona con una frase muy particular: «Lo que suena... ¡es!». Mary Priestley describe la "música interna" como el clima emocional prevalente detrás de la estructura de los pensamientos; no es la musicalidad ni el potencial musical de una persona, sino el núcleo de su psique, de sus ser interior.
Por otro lado, hemos de resaltar, especialmente, el valor de la voz humana como el primero y más maravilloso de los instrumentos musicales. Si el sonido puede ayudar en la salud, qué importante será utilizar la voz como un instrumento sanador, para desbloquear y armonizar los bloqueos y desequilibrios físicos y emocionales.
En la enfermedad, Dios nos visita, nos habla, nos llama a la santidad. La sanación es un modo que tiene Dios para hacernos participar ya de su vida abundante; y la santidad es nuestra misión: convertirnos en santos y hacer a otros más santos. Es Jesús el Señor, muerto y resucitado; es la Palabra de Dios la que sana física y espiritualmente. Y ahí está la música, al servicio de la Palabra... La Palabra hecha canto nos da la capacidad de interiorizar las verdades santas. Toda la inspiración melódica cristiana -inspiración del Espíritu Santo- se pone al servicio de la Palabra. Y cantando con la unción del Espíritu un texto del Evangelio, un himno de San Pablo, un Salmo o un cántico de Isaías, el Señor actúa con poder y su Palabra hace lo que dice: convierte, libera, transforma, sana. La música pone alas a la Palabra y se convierte en un arma de luz y verdad que vence toda tiniebla. Mediante la Palabra hecha canto, el poder del Espíritu Santo se abre camino para actuar en el corazón de quien le necesita. Así se refuerza el poder evangelizador de la Palabra. Y el canto se vuelve instrumento de justicia, vínculo de corazones, reunión de almas divididas, reconciliación de discordias, calma de los resentimientos e himno de la concordia. La música, servidora de la Palabra, allana el camino de Aquel que siempre llega a sanar y a restaurar.
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