Música para servir a Dios
Si has sido llamado/a a servir al Señor por medio de la música y el canto, lo primero y fundamental es un espíritu humilde, un corazón quebrantado y humillado. Abre tu corazón, escucha Su voz, la voz de Dios, y deja que tu vida sea una alabanza de su Gloria. Quizás hasta ahora has hecho de la salvación una cuestión de obras, de ser bueno, de portarte bien… Y lo mismo tu servicio a través de la música y el canto: ayudar, solemnizar, embellecer... No está mal, pero no es suficiente. Actos buenos se hacen en todas las religiones. Lo específico de la nuestra es Jesucristo. Amarle, identificarse con Él y proclamarle a Él: esta es la esencia del cristianismo. Dice Rom 10, 17: «La fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la Palabra de Cristo». Hermano, hermana, llamado por el Señor a su ser discípulo misionero en este campo de la música y el canto: la obra que Dios quiere es que proclames a Jesucristo. ¡Esto es lo que hace feliz a Dios!
Visto a la luz de la Palabra de Dios, podemos contemplar cómo el Señor obra a través de la música y la usa como un medio poderoso para producir aquellas obras que Él desea. La música música cristiana, la música de Dios, hoy... ¡debe ser profecía! Porque Dios quiere llevar tu servicio por medio de la música y el canto allí donde Él pueda hacer con este servicio obras poderosas en el Espíritu. Obras que nosotros no podemos realizar por nuestras propias fuerzas, ni con muchos estudios, ni con la máxima capacitación. ¡Solo Dios puede hacer estas obras! Porque Dios no ha creado la música simplemente para entretener a la gente, sino con propósitos mucho más poderosos.
Una música que construye el Cuerpo de Cristo
Con frecuencia veo muy buenas interpretaciones vocales e instrumentales por parte de coros, salmistas, cantantes y músicos cristianos. Es posible que en una buena parte de ellos únicamente haya -en el mejor de los casos- una intención que podríamos llamar estética. No está mal para empezar; pero la pregunta es: ¿Hay frutos espirituales? ¿Es una música que edifica, que construye el Cuerpo de Cristo? Lo que sí constato a menudo -y he de decirlo honestamente y con pena-, es el florecimiento de eso que Pablo llama “frutos de la carne”, “obras de la carne”. En Gál 5, 20 enumera algunas de ellas: «Enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades y cosas por el estilo». A menudo, esto florece en medio de la música cristiana.
El propósito de nuestro servicio a través de la música y el canto es llevar Palabra de Dios, comunicar de parte de Dios lo que Él desea decirle a su Iglesia. En 2Re 3, 15-16 se cuenta cómo el profeta Eliseo, antes de profetizar, dice: «Traedme ahora un músico. Mientras el músico tañía, la mano del Señor vino sobre Eliseo, que profetizó». Vemos aquí cómo la música es un elemento que libera la Palabra de Dios y, por otro lado, abre el corazón de quien escucha esa Palabra. Por lo tanto, hemos de ser cada vez más sensibles a este poder que hay en la música cuando es una música ungida por el Espíritu Santo. Hemos de mantenernos atentos y sensibles a esto para no estropear la acción de Dios a través de Su música.
Al servicio del Evangelio
En Dt 31, 19 dice el Señor a Moisés: «Y ahora, escribid este cántico, enseñádselo a los hijos de Israel, haced que lo reciten, para que este cántico sea mi testigo contra los hijos de Israel». En el versículo 22 añade: «Aquel día Moisés escribió este cántico y lo enseñó a los hijos de Israel». O sea, que Dios dictó el canto y Moisés enseñó el canto que Dios le había dictado. ¡Dios sigue actuando así! Dios sigue utilizando la música para hablarle al corazón a su pueblo. Y Dios sigue teniendo músicos fieles, que utiliza como profetas para hablar a su pueblo; igual que utilizó a Moisés, como utilizó a Eliseo… Una música poderosa, llena del Espíritu Santo, que proclama la Palabra de Dios, que establece la verdad.
Busquemos que nuestra música esté en la presencia del Dios Todopoderoso. Es responsabilidad nuestra. Para ello, ha de ser nuestra prioridad acercarnos más a Él, estar delante de Él mucho tiempo; como David, que es un modelo para el músico cristiano, un hombre que conocía el corazón de Dios. Nosotros también hemos de desarrollar esta profunda relación con Él, hemos de dejar que el Espíritu Santo nos hable. Dios nos ha creado para que tengamos una profunda comunión con Él. Por eso, los dones que Él nos ha dado (la música y el canto) tienen una sola finalidad: su gloria. ¡La gloria de Dios! Solo si nuestro servicio está realmente consagrado al Señor, -y para eso nosotros tenemos que estar consagrados al Señor- solo así seremos instrumentos de bendición. Y el Señor nos ha colocado en un lugar importante, para construir o para destruir. Dice Sof 3, 17: «El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador, se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo». Aceptemos este reto: comprometámonos a utilizar nuestra música, nuestros dones que son suyos, nuestra música –que, en realidad, es suya-, al servicio del Evangelio, para traer la libertad a los oprimidos, la vista a los ciegos, la vida a los muertos.
El sentido de mi vida
Jesucristo se ha acercado a nosotros y nos ha acercado a la vida de Dios! Amor es nombre de persona: la Tercera Persona Divina se llama Amor. Amor es el nombre propio del Espíritu Santo, Señor y Dador de vida. El Espíritu me descubre que mi vida espiritual no es una conquista que yo hago. El Espíritu Santo me revela a Cristo, Dios y hombre. Al hombre Cristo Jesús, mediador entre Dios y los hombres; camino, verdad y vida. Me revela que ese hombre, Jesús, elegido del Padre, ha muerto por mí, “me ha redimido en su cuerpo de carne”. Si crees esto y lo proclamas… ¡estás salvado! “Por pura gracia estáis salvados” (Ef 2, 5). Si con tu música, con tu canto, anuncias a Jesucristo y proclamas que ha muerto y resucitado, y que en Él se encuentra la explicación y la plenitud del universo entero, das la mayor gloria posible a Dios.
Exulta, pues, con Francisco de Asís: ¡El sentido de mi vida es cantarle y alabarle! Dios me ama a cambio de nada, me ama sin más; me amará siempre, a pesar de los pesares. “Si somos infieles, Él permanece fiel porque negarse a sí mismo no puede” (2Tim 2, 13). Con mi oración, con mi canto, no podré pagar siquiera un gramo de su amor, porque hasta el canto y la música que llamo míos son, en realidad, un regalo suyo: Dios mismo es quien canta y toca en mí. Todo es don suyo; porque de Él, y por Él, y para Él… son todas las cosas.
Javier de Montse - Comunidade Caná / El Espíritu Santo en clave de sol
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