¿Ministerio de... Música?
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Qué es un MdM
Dice
S. Pablo en el capítulo 12 de su 1ª Carta a los Corintios:
"Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común... Todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad."
El mismo y único Espíritu da a algunos el don de servir a la comunidad en la música y los cantos. En función de este servicio, con los diversos carismas que el Señor regala para ello, se forma el Ministerio de Música; teniendo en cuenta más aún que el buen oído, la voz sonora y la formación musical, la sensibilidad y docilidad al Espíritu; más que la destreza técnica, la humildad, la unción y la entrega al Señor.
Como todo ministerio, el M.D.M. es un instrumento de Dios para edificar la comunidad. Por eso debe ser discernido, cuidado y pastoreado. Los hermanos y hermanas que forman un M.D.M. son personas que:
- Se han encontrado con Dios.
- Se ha convertido a Él.
- Frecuentan los Sacramentos.
- Conocen, leen y escuchan la Palabra de Dios.
- Dan testimonio con su vida, en una relación con Dios a través de la oración y en relaciones fraternas con los demás.
- Son y se sienten Iglesia, unidos a sus Pastores y en conformidad con su doctrina.
- Han sido llamadas por el Señor a servirle en este ministerio.
Todas estas condiciones son necesarias, aunque algunas -aparentemente- nada tengan que ver con la música. No es preciso, sin embargo, ser joven, tener una gran voz, saber tocar la guitarra.... Todas estas cosas, buenas o indiferentes de por sí, no cualifican necesariamente para formar parte de un M.D.M. Lo fundamental, como en toda vocación, en todo servicio al Señor, es Su llamada y mi respuesta. Como en cualquier otro ministerio, lo fundamental es la llamada del Señor y nuestra respuesta de conversión y entrega. La unción no es un elemento estético sino espiritual. No puede aprenderse en ningún conservatorio. Los que cantamos y tocamos para el Señor, debemos -primero- escucharlo mucho, adorarlo y vivir en humildad.
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3 rasgos de un MdM
Vamos a señalar tres rasgos fundamentales de un Ministerio de Música:
1) Lo primero es que cada uno de los que
formamos el Ministerio de Música hemos de amar más a Dios y a su Palabra que a
la música. La música es sierva de la Palabra, no señora. La música tiene, pues, su papel importante en toda celebración litúrgica o en cualquier reunión de
oración; pero no debemos olvidar qué es lo esencial en una reunión de
cristianos: "La enseñanza de los apóstoles, la comunión fraterna, la
fracción del pan y las oraciones" (Hch 2, 42). La música es servidora:
servidora de la Palabra, de la oración, de la comunión... No la dejemos usurpar
un lugar que no le corresponde. Estemos atentos para rechazar toda idolatría:
la música es canal, no fuente.
Una imagen nos ayuda a visualizar esta
verdad. Imaginemos una casa grande, con muchas estancias. La sierva va con
ropaje adecuado a sus trabajos, la señora va con otro tipo de vestidos. Las
distinguimos perfectamente. Es la señora la que marca, señala, indica, da
instrucciones; y la sierva está pendiente de esas indicaciones y es diligente
para cumplirlas. Así la música, como sierva de la Palabra de Dios, siendo fiel
a ella, se convierte en una colaboradora por excelencia pues imprime a la
Palabra fuerza y consolida su acción en nuestros corazones. Por eso el músico
cristiano se pone a disposición del acto que se va a celebrar, sea una
Eucaristía, una Adoración, un Grupo de Oración, un Acto Penitencial... y se
somete a las indicaciones eclesiales o a las propias de la Asamblea para servir
a la Comunidad. De este modo, la música brilla porque resalta, da unción, hace
vibrar, eleva hacia Dios.
Todas las habilidades de un siervo no están
en función de sí mismo, sino para servir a los demás. Así, la música sirve
animando los corazones de los fieles, fortaleciendo la fe, la esperanza y el
amor. No es ella en sí misma la protagonista. Para San Agustín, "si
queremos dar gloria a Dios, necesitamos ser nosotros mismos los que cantamos,
no sea que nuestra vida tenga que atestiguar contra nuestra lengua. Sólo se
puede cantar a Dios con el corazón cuando nos hemos rendido a El, esto es, que
hemos aceptado su plan de salvación y buscamos su voluntad, tomando en serio su
Palabra, cuando lo amamos. Bien se dice que el cantar es propio del que ama;
pues la voz del que canta no ha de ser otra que el fervor de Amor".
2) El segundo rasgo fundamental para todo
Ministerio de Música es cantar y tocar con el corazón entregado a Dios. Cantar
en el Espíritu es cantar más con el corazón que con la voz. Es expresar el amor
de Dios que "ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos ha sido dado". Es un canto nuevo que surge de hombres y mujeres
nuevos, renovados por el poder de la Sangre de Jesús, por el poder
de su muerte y resurrección.
Cantar y tocar para el Señor de este modo
supone ser dóciles al Espíritu Santo, entregando a Dios todo el corazón,
aceptando vivir y actuar en el Señorío de Cristo. John Wesley resumía en
cuatro reglas sus indicaciones en relación a este don del canto (Obras
completas de John Wesley, vol. 14, pág 346):
1.
Que todos canten.
2.
Cantad alegremente y con ánimo.
3.
Cantad humildemente, para cantar unidos y en armonía.
4.
Cantad espiritualmente. Dirigid vuestra mirada a Dios en cada una de las
palabras que cantéis. Procurad agradar a Dios más que a vosotros mismos o que a
cualquier otra criatura. Para ello, centraos sólo en lo que estáis cantando y
velad para que vuestros corazones no se aparten de Él a causa de la música,
sino que a través de ella sean ofrecidos a Dios. ¡Éste es el canto que el Señor
aprueba!
Este último punto sintetizaría también
toda la doctrina de los Padres de la Iglesia: cantar con el corazón, ésta es la
actitud fundamental para cantar al Señor. El canto es algo consagrado a Dios.
Podemos -a menudo lo hacemos- profanar un canto. ¿Cómo? Cantando al Señor por
el simple placer de cantar, por desahogarnos, cantando mecánicamente, sin
pensar en la letra... es decir, cantando un canto a Dios como un canto profano.
Algunas personas incluso, son capaces de charlar con las de al lado mientras la
asamblea canta. ¿Se atreverían a hacerlo cuando alguien está orando?. Los
cantos son oraciones cantadas, palabras realzadas por una melodía. A fuerza de
cantarlos muchas veces pueden perder poco a poco su significado. Por eso es
bueno, en ocasiones, no cantar: escuchar e interiorizar el texto en silencio,
revivirlo.
Podemos comparar nuestro servicio al
Señor a través de la música, nuestro ministerio, con un puente...
- Un buen puente: Sería un medio de unión, de
acercamiento y de comunicación de Dios al hombre y del hombre a Dios. Cuando un
puente funciona como debe, los pasos del hombre son más seguros. Cuando un
ministerio de música funciona bien, la asamblea camina con más seguridad.
- Un mal puente: Es el caso del hombre que
construye su casa (servicio) sobre arena (Lc 6, 48-49). Este servicio se torna
débil e incluso peligroso. El ministerio no proyecta a Dios: se proyecta a sí
mismo. El pueblo no llega a Dios tan fácilmente, se queda en el puente, porque
le faltan piezas tan fundamentales como humildad, sometimiento, discernimiento,
oración, vida sacramental, vida eclesial...
- No hay puente (no hay ministerio): El hombre
sí puede entrar en comunicación con Dios sin la ayuda de la música y del canto,
pero el camino de la asamblea es más laborioso y difícil al no utilizar este
puente tan accesible.
3) Y el tercer rasgo fundamental de un
Ministerio de Música es que la música y el canto son para la unidad del Cuerpo
de Cristo. "El canto que los cristianos elevan para expresar su fe en el
Señor todos han de comprenderlo, sentirlo y ser capaces de aprenderlo,
identificándose con él. El canto se convierte en símbolo de la Iglesia porque
todos participan en él y este símbolo de unidad debe cuidarse prioritariamente
a otras cosas. Si se convierte en motivo de la más sutil división, puede perder
su fuerza como testimonio de fe y de amor" (S. Juan Crisóstomo).
El Señor nos ha hecho
"colaboradores suyos" (1Cor 3, 9). Como dice Monseñor Uribe
Jaramillo, "Dios salva en la Iglesia y por la Iglesia. Como instrumentos
que somos, tenemos que aportar algo; en la medida que nos capacitemos, mayor
será nuestra colaboración con Dios. Esto nos debe servir para recibir los
carismas con gratitud, pero también para ver cómo respondemos con el fin de que
crezca su eficacia en nosotros... El plan de Dios es que todo crezca en
nosotros. Cuando termina el crecimiento, empieza a obrar la muerte. También lo
carismas deben crecer mediante nuestra colaboración. Un carisma es siempre
perfecto en sí, pero su mayor o menor manifestación depende de nuestra
correspondencia".
El don supremo es el amor. Y todo don es para la unidad del Cuerpo de Cristo. Todo ha de ser para su edificación. La música y el canto, o son servidores y constructores de la unidad... o no son nada.
Javier de Montse - Comunidade Caná / El Espíritu Santo en clave de sol
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