Al Sol que + calienta
"Yo soy el Pan de Vida. El que venga a Mí, no tendrá hambre; el que crea en Mí, no tendrá nunca sed" (Jn 6, 35)
La Adoración Eucarística deja huella. Hay consecuencias indudables para la salud física, síquica y espiritual de quienes se ponen ante Jesús Eucaristía: la fuerza curativa más poderosa que hay sobre la Tierra. Decenas de miles de personas testimonian liberaciones, sanaciones, solución de problemas entre las parejas, sanación del corazón, liberación de ideas suicidas, sanciones físicas de toda índole...
Yo he sido sanado por Jesús Eucaristía. ¡Doy testimonio de ello! Con treinta años y nuestros dos primeros hijos -Martiño y Lucía- todavía pequeños, comencé a padecer fuertes dolores lumbares, calambres... cada vez más frecuentes y paralizantes. El médico decidió hacerme distintas pruebas que descubrieron una lesión importante en la cuarta vértebra lumbar. Esta dolencia me afectaba bastante en mi trabajo cotidiano, en casa, en el colegio -como maestro de música- y en mi acción pastoral y evangelizadora.
A principios de la década de los noventa -aún no había nacido Olalla, nuestra tercera hija-, la Comunidad me envió a una Asamblea de la RCC que se celebraba en Cataluña, más concretamente en Badalona. En ella predicaba Emiliano Tardiff. En la Eucaristía, después de la Comunión, el P. Tardiff comenzó a anunciar la sanación que Jesús Eucaristía realizaba en el cuerpo y en el alma de muchos de los participantes... En un momento dijo: «Hay aquí un hombre que se ha entregado sinceramente al Señor. Tiene fuertes dolores en la espalda que lo limitan cada vez más: Jesús Eucaristía te sana ahora para que, en adelante, puedas servirle con toda libertad».
Supe, en seguida, que aquel hombre era yo. Creí firmemente que Jesús me sanaba. Desde entonces -sin haber pasado por el quirófano ni seguir ningún tratamiento especial- no he vuelto a padecer de la espalda y, efectivamente, he servido al Señor con libertad (2Cor 3, 17) y profunda alegría durante más de treinta años, dándole toda la gloria por las maravillas que hace en medio de su pueblo. ¡Jesús está vivo y actúa con poder!
La Presencia Eucarística es como un Sol espiritual, que simplemente está ahí y por el cual podemos dejarnos iluminar y calentar. Es un acto de fe el presentarse ante Jesús, ya sea en la Adoración o en la Eucaristía. Ponernos en su presencia abriendo el corazón; no la cabeza que razona la presencia, sino el corazón. Si entramos con el corazón, tenemos la experiencia de la paz y del amor que viene del Santísimo. Esta Adoración me ayuda no sólo a mí de una manera personal, sino que abre dones para la evangelización. La Adoración al Santísimo Sacramento es la urgente necesidad de nuestro tiempo para salvar a las personas: ¡Vete y preséntate a Jesús, adóralo, entrégale todas tus dudas y deja que él intervenga!
Ante Jesús Eucaristía, la gente siente paz; pero también ve su luz. Porque Él expulsa las tinieblas. Si leemos la primera carta de San Juan, vemos que la sola presencia del Verbo -que se hace carne- expulsa las tinieblas. Y si creo que Jesús está ahí presente en la hostia consagrada, que es verdaderamente su Cuerpo, el mismo Cristo expulsa las tinieblas, ¡mis tinieblas!
Las personas solemos estar heridas en nuestro interior, porque no hemos recibido el suficiente amor o hemos experimentado un abuso de nuestro amor. Así surgen graves deficiencias en el alma y muchos trastornos afectivos... Abramos todo esto a la fuerza sanadora del Santísimo Sacramento, entregándoselo al Señor, invocando el nombre de Jesús en el silencio. De esta manera, podemos abarcar incluso aquellos campos inconscientes de nuestra alma, pidiéndole al Señor que sane las heridas interiores y disuelva las barreras que han resultado en nuestro interior a consecuencia de ellas; incluso heridas inconscientes, cuyos efectos sentimos, aunque no sabemos cómo se produjeron. La sanación de las heridas interiores no es un asunto insignificante, porque a menudo estas heridas nos bloquean en la relación con Dios, con las personas y con nosotros mismos. Pongamos nuestras cargas ante el Señor y, con el paso del tiempo, notaremos que allí -en el Santísimo- nos encontramos con un amor que está todo para nosotros y nos envuelve sin cesar.
Ante la Eucaristía resuenan y se actualizan de forma especial estas palabras del Señor: “Venid a Mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-29).
Javier de Montse · www.comunidadecana.org
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